Familias que hacen aguas
Lluvia fina
Luis Landero
Tusquets
272 páginas | 29 euros
Luis Landero explica que hace años que dejó la música y aquellas giras con su primo de flamencos menesterosos. Pero ese es otro de los quiebros de Landero: él nunca ha dejado de ser guitarrista. Sus novelas no son de orquesta sino que tienen la vibración de una cuerda de guitarra.
Aquí todo empieza por una de esas naderías en cualquier familia. A Gabriel, que generalmente solo se ve con sus dos hermanas y su madre en fechas señaladas en esos encuentros familiares un poco forzados, se le ocurre organizar una comida familiar para celebrar el 80 cumpleaños de su madre. De paso, espera limar esas asperezas que hay entre ellos por bobadas porque en el fondo todos se quieren mucho. Llama a su hermana Sonia, la mayor, para poner hilo a la aguja. Pero en su familia las agujas pinchan más de lo que cosen. Las conversaciones son amables, pero tienen una carga submarina muy leve pero palpable de contrariedad y pequeños reproches. Por más que se esfuercen los tres hermanos, se sacan de quicio unos a otros. Gabriel, el pequeño, tiene una buena relación con la madre, y eso no dejan de reprochárselo más o menos abiertamente las dos hermanas: el pequeño de la mami, el mimado, el que jugaba con sus juguetitos en el sofá mientras en casa la situación era muy dura desde la muerte del padre. Su madre viuda tuvo que sacarlos a los tres adelante, aunque las dos hijas no acaban de estar contentas con su infancia regida por una madre autoritaria, exigente, tan preocupada por llegar a fin de mes que archivó las cosas superfluas, como las caricias y los juegos. El matrimonio de Sonia con Horacio, veinte años mayor y al que nunca quiso, según ella empujada por su madre, que solo veía las ventajas económicas, pesa en esta reunión de aniversario que está organizando Gabriel. Y todas esas conversaciones pasan por Aurora, la mujer de Gabriel, que escucha a todos con una paciencia infinita, o tal vez nada sea infinito. Y todos alaban el buen juicio de Aurora que lo que hace es escucharlos a todos y darles la razón moderadamente. Pero la conversación va caldeándose hasta acabar en incendio. O, tal vez todo estuviera ya calcinado mucho antes.
Yo he leído ocho libros de Landero y este es el que me ha resultado más amargo. En otras novelas, ese personaje landeriano soñador y manirroto, es un don quijote que se levanta tantas veces como tropieza y nos hace sonreír incluso en sus desatinos con el sanador ungüento de la ternura. Gabriel tiene algunas de esas trazas landerianas: empieza la tesis con entusiasmo volcánico y luego la deja, llega a casa con mil manuales de ajedrez porque ha descubierto ahí el Eldorado de la vida, y al tiempo lo abandona. Pero es un personaje al que, voluntariamente, Landero le niega siquiera ese minuto de grandeza que otorga a sus soñadores y que justifican sus vidas. El narrador señala que a Gabriel lo mueve algo tan burdo como el aburrimiento.
Uno empieza a leer esta novela y parece que Landero no cuente nada que uno no sepa: familias con roces, como todas. Y es cierto que las pequeñas decepciones cotidianas no tienen el ruido y la furia épica de las grandes tragedias, pero van calando hasta que acabas empapado de desencanto. La lluvia fina de Landero. Una novela virtuosa en su cruce de diálogos, que al final nos hace dudar de quién tiene la razón en ese sórdido embrollo familiar. Si es que existe la razón o la verdad, porque hay tantos relatos como miradas y la verdad y la mentira pesan lo mismo. Como el narrador nos recuerda, “nos pasamos la vida dándole cuerda al juguete de las palabras”. Esta es una novela de diálogos como el rasgueo de una guitarra y los acordes se te clavan muy adentro.