Flora durmiente y el hombre maldito
Niebla en Tánger
Cristina López Barrio
Planeta
320 páginas | 20,90 euros
El punto de partida es, también, de llegada. El hombre llamado Paul Dingle se esfuma en el puerto de Tánger un 24 de diciembre de 1951. Sesenta y cuatro años más tarde, la mujer llamada Flora Gascón tiene una sospecha con visos de certeza: aquel Dingle es el mismo hombre con acento francés con el que ha vivido una aventura en Madrid. Y al que ama. Eso cree. De aquella fecha, este flechazo. Y un mismo arco tensando el tiempo y las intuiciones: una novela de la marroquí Bella Nur titulada Niebla en Tánger que reposaba en la mesilla de noche del extraño.
Solo hay un camino para desentrañar el misterio: abandonar Madrid, atravesar la niebla de Tánger, buscar allí a la autora de la novela para aclararlo todo. Si es posible. O reconocer lo imposible. Empieza el viaje al corazón de las tinieblas. Los latidos conradianos sin espesura pero con la misma necesidad imperiosa de encontrar respuestas. O, incluso, de ser encontrada por las preguntas. A Antonio Tabucchi le pasaba lo mismo en Nocturno hindú. Arriésgate alguna vez, le aconseja su psicoanalista vía skype. Es una buena ocasión para hacerle caso. Y la furtiva Flora, “rellenita y con bragas grandes”, cuarenta años la destemplan, acepta el reto. Un dato menor de resonancias mayores: usa un pijama de El Principito. Y, encima, conoció a su amante en un pub llamado Camelot. Ensueño, luego existes. Por cierto: Flora está casada. Su marido es un hombre de ojos secos y colonia dócil, un fósil de lo cotidiano. Como los supermercados. Flora, “durmiente”, despierta por fin. La niebla la espera. Quizá lleve en los genes la necesidad de entregarse a la lujuria de la poesía y el adulterio: su abuela, Flora Linardi, así lo hizo. Y dicen que murió de amor. Es devota de las novelas de misterio y detectives: el encanto de las fábulas desencantadas.
La apuesta literaria de Cristina López Barrio con Niebla en Tánger es valiente. Así debe ser cuando se emprende un viaje a Ítaca, un camino lleno de aventuras y experiencias que termina siendo un espejo para el Arte. Cada detalle cuenta y lo cuenta la autora con un sigiloso pespunte poético en su prosa exacta y evocadora. La novela huele, respira, duele y transpira.
Una vez hechas las presentaciones, Flora se hace a un lado para que sea Bella la que tome la palabra. Y surge la primera duda: ¿Se ha acostado Flora con el personaje de una novela? ¿Estamos ante un caso diáfano de quijotismo romántico en el que los sueños se apoderan de la realidad? Vamos a averiguarlo. La detective Gascón viaja a Tánger, “una caracola que se cierne sobre sí misma”, y comienza sus pesquisas. No está sola: la acompaña, desde el papel, Marina Ivannova, protagonista de la novela de Bella Nur. Tres mujeres. ¿Y un destino? Bueno, cuatro en realidad: Cristina López Barrio también se mete en el laberinto de las mil y una noches donde todo es posible. Sobre todo, lo que parece imposible. Después de todo, ¿acaso la fantasía le sirvió a Don Quijote para vivir? La psicoanalista lo tiene claro: los escritores, al final, por mucho que lo adornen, escriben sobre su vida. Flora, Marina, Bella y Cristina en busca de Paul, el hombre maldito colgado de un amuleto bereber que engarza en cierto modo las distintas tramas con el escenario tenso e intenso de Tánger. El arte, defendía Oscar Wilde, ha de crear vida, no copiarla. De ahí la necesidad de llevar la historia hasta el extremo: mujeres que atrapan a los hombres con sus cantos de sirena (llamémosla Axia), dobles dolores, dobles venganzas, traiciones, amantes compartidos, galanes mujeriegos, crímenes del corazón, tumbas que guardan secretos y personajes que viven en la vida real al mismo tiempo que en la ficción. Que la vida imite al arte: los deseos de Wilde son órdenes que desordenan las palabras. ¿De qué huía el hombre maldito? Es hora de averiguarlo.