Gran hermana
La isla de Alice
Daniel Sánchez Arévalo
Planeta
624 páginas | 21, 90 euros
La isla de Alice, el aliterado título que se alzó como finalista del premio Planeta en su última edición, resulta singular por varias razones. La primera es que su autor, Daniel Sánchez Arévalo, es más conocido como cineasta que como escritor, aunque se haya fogueado con dos libros juveniles anteriores. La segunda es que se trata de una novela ambientada en Estados Unidos, protagonizada por personajes naturales de dicho país —salvo un español que chapurrea la lengua de Shakespeare como los indios de las películas del Oeste—, lo cual tampoco es demasiado corriente en nuestras letras. Por último, se trata de una obra mestiza, que participa de géneros muy diferentes y rehúye los encasillamientos más facilones. Estructurada en cinco capítulos, alusivos a clásicos literarios supuestamente infantiles —Moby Dick, La isla del tesoro, Robinson Crusoe, El hombre invisible y Alicia en el país de las maravillas—, la narración cuenta el drama de Alice, madre de una niña y embarazada de otra, que una noche recibe la noticia de que Chris, su marido, ha fallecido en un accidente de tráfico. Guiada por una temeraria curiosidad, llegará a la conclusión de que el difunto esposo guardaba algún secreto en un punto concreto entre Martha’s Vineyard y Nantucket, una isla en la que va a afincarse con el propósito de llegar a la verdad, aunque tema que esta pueda hacerle daño. Para ello no dudará en instalar cámaras de vídeo por todas partes, adquiridas en la tienda de gadgets para espías que regenta el citado español, e invadir la intimidad de sus vecinos en busca de alguna pista esclarecedora.
Uno de los detalles que de hecho sorprenden de Alice es que se trata de una mujer vulnerable, lógicamente afectada por las circunstancias, pero con una determinación implacable. Sabe mantener su plan con tanta discreción como especula hábilmente con toda la información que le proporcionan sus métodos de espionaje, los mismos que le van revelando las rutinas y miserias de su entorno, esa amable galería de personajes que va desde la escritora superventas Julia Ponsky y su marido Mark al trapichero Ray o la Jefa Margaret, entre otros muchos. Alice se convierte así en una suerte de Gran Hermana a través de la cual el lector se familiariza con la fauna local mientras hace sus propias cábalas sobre los motivos que llevaron a Chris a visitar tan recurrentemente la isla.
Aunque la prosa de Sánchez Arévalo no alcanza a disimular ciertos titubeos de escritor advenedizo, ofrece en cambio el desparpajo y la naturalidad de quien afronta esta tarea sin corsés. Por ejemplo, aunque sus personajes se expresan teóricamente en inglés, no los leemos como si vinieran traducidos, sino que se permiten todo tipo de licencias, diciendo cosas como “la liaba parda” o “es un poco coñazo” con la más castiza desinhibición. Pero también se percibe esa libertad formal del autor en los muchos recursos que emplea, ya sea la descripción de sueños o la elaboración de listas, por no hablar de los siempre complicados diálogos con niños.
En el desarrollo de las pesquisas de Alice, por otro lado, camina a menudo por el filo de la inverosimilitud, pero nunca llega a perder el equilibrio. Sánchez Arévalo tira de su oficio como guionista de cine para organizar una trama ambiciosa entre el drama y la ironía no solo en extensión y complejidad —unas 600 páginas— sino también en lo que tiene de exploración de la sensibilidad femenina.