Huellas en el mar
El huido que leyó su esquela
Fernando Delgado
Planeta
256 páginas | 19,90 euros
Han pasado algo más de veinte años desde que Fernando G. Delgado (Tenerife, 1947), popular periodista ya por entonces bendecido por el Premio Planeta de novela, sorprendiera poco después de obtener el galardón con una nueva obra que se movía entre los límites de la memoria y la ficción. Dicha obra, titulada No estabas en el cielo, era la historia de un muchacho que crecía en un mundo de mujeres, mientras se negaba a creer que su padre, como le habían dicho desde muy niño, hubiera muerto. Fue el comienzo de la llamada Trilogía del ahogado, que continuó con Isla sin mar, donde una abuela se resistía a recordar por qué su padre murió dos veces, y las dos ahogado, pero su nieto sí estaba dispuesto a viajar en busca de aquellas respuestas.
Ahora, el autor se decide a poner fin a la citada trilogía con una nueva trama, El huido que leyó su esquela, que guarda no pocos puntos en común con los títulos precedentes. Esta vez el protagonista es un hombre —Carlos o Charles— que huyó siendo muy joven, apenas un adolescente, desde su Tenerife natal hasta París. En la capital francesa conoció a Erica, se enamoraron, tuvieron un hijo y se afincaron en Berna, Suiza. Pero el pasado, ese pasado que la pareja tácitamente se ha prohibido desvelar en sus conversaciones, irá a su encuentro allí, en un escenario tan distinto del que abandonó, en el corazón de la vieja Europa, o tal vez nunca había dejado de habitar en él, impermeable al olvido.
Aunque este personaje había vivido oculto bajo una nueva identidad, rebautizado simbólicamente como Ángel, un buen día recibe en Aldes, la librería anticuaria que frecuenta junto con sus amigos, una carta sin remitente, dirigida a su verdadero nombre, donde se le califica de asesino. A partir de ese momento, asistiremos a la reconstrucción de las causas que forzaron su exilio, a la acusación de haber matado al cacique que había violado a su primera mujer, María, ese fantasma que ha seguido rondándolo durante todos estos años; y también el modo en que una extraña circunstancia, el hecho de que lo dieran por ahogado en la playa tinerfeña de El Médano, allá al inicio de los años 50, le permitió recomenzar su vida.
Todos estos sucesos hacen de Carlos/Ángel un eterno huido, un prófugo de sí mismo. Personaje complejo, tremendamente inestable y hasta contradictorio, vivirá obsesionado, en vilo entre el instinto de preservar su vida actual y el impulso de reencontrarse, siquiera virtualmente, con su viejo amor. Su vocación, en todo caso, es la del ausente, allí donde se encuentre.
Así, la prosa de Delgado no tiene ninguna prisa por acumular sucesos o llegar al desenlace, y tal vez por eso ha elegido un tiempo y un país menos acelerado que la España en la que vivimos hoy. Prefiere, por el contrario, recrearse en emociones que no eran ajenas a las dos primeras entregas de la trilogía, construyendo una narración sobre el sentido de la culpa, la tentación de la venganza y la borgiana imposibilidad del olvido, la dimensión de las presencias y de las ausencias, los miedos que suscita el peligroso ejercicio de interrogar al ayer, la dificultad de hacer borrón y cuenta nueva y empezar desde cero, incluso fingiendo la propia muerte.
Una novela, pues, construida sobre dudas, incertidumbres, brumas que parecen inundar las calles por las que discurre la acción. Preguntas difíciles de contestar y rastros que tal vez sea mejor no seguir porque, como indica una cita de Juan Goytisolo incluida en estas páginas, solo conducen a las huellas de nuestros propios pies.