Iluminar la existencia
Como la sombra que se va
Antonio Muñoz Molina
Seix Barral
531 páginas | 21, 90 euros
Aseguró hace un siglo Gómez de la Serna que en el futuro la novela sería autobiográfica o no sería. Aparte lo que la intuición deba a un sofocante egocentrismo, Ramón vaticinó uno de los grandes cambios de la narrativa contemporánea: la sustitución de la imparcialidad del narrador naturalista —que nunca lo fue, sin embargo, del todo— por el subjetivismo del escritor que, en lugar de ocultar su persona, expone su propia experiencia. De ahí hemos llegado al fulgor de la denominada autoficción, es decir, la ficción en la que el autor habla de sí mismo y se convierte en materia de la novela. Dentro de esta variedad hoy un tanto de moda inscribe Antonio Muñoz Molina Como la sombra que se va.
Un hilo bastante claro y sencillo enhebra este complejo y denso artefacto verbal: en cierta ocasión supo el escritor jienense que James Earl Ray había pasado unos días en Lisboa durante su febril odisea por escaparse de la persecución policiaca tras asesinar a Martin Luther King. La noticia fortuita estimuló el deseo de indagar en la personalidad del prófugo y de reconstruir documental e imaginativamente su trayectoria. La vida del magnicida es la primera novela del libro. Otra novela se engarza con ésta: el proceso de escritura de dicha peripecia y, rebosando este motivo concreto, la historia privada y literaria del autor.
Este resumen del contenido da una idea sumamente pobre del libro. En realidad, es una ambiciosa indagación antropológica que utiliza cuantos materiales sean provechosos para bucear en la misteriosa condición humana y para levantar su mapa global con representación de aspiraciones, ilusiones, fracasos, cobardías o engaños, de las relaciones con el prójimo, así como de la vida real y de la impostada desde la literatura, la música y el cine. En el fondo de esta novela yace el múltiple gran interrogante existencial, quién y cómo somos, que sueños nos construyen, con qué balizas señalamos nuestro destino, qué azares marcan o impugnan el derrotero de la vida, bajo cuáles disfraces se camufla la verdad del yo…
La historia de Muñoz Molina se engasta en la de Earl Ray (o viceversa) con habilidad de orfebre gracias a una técnica compositiva que revela, sin recursos aparatosos, un soberbio dominio del arte de narrar. En apariencia, el planteamiento es simple: una sistemática alternancia de las vivencias del propio autor y de la angustiosa fuga del asesino. Pero magistrales sutilezas técnicas, imposibles de detallar aquí, van fraguando un continuo narrativo cuya guadianesca corriente absorbe al lector. La narración, construida a base de asociaciones espontáneas de la memoria y de la súbita reaparición de motivos propia de una pieza musical abierta, despliega una amplia materia anecdótica. En primer plano aparece el propio autor, algo que siempre ha despertado el interés de muchas personas, no solo lectores. Asociado a este plano figura el ejemplarizante proceso de redacción del libro presente y de otro de ayer, El invierno en Lisboa. Y al lado de ambos tenemos reflexiones sustanciosas sobre la novela como género. Con ello el libro deja de ser invención y se convierte en la forma de análisis que llamamos ensayo.
Una prosa encabalgada de gran riqueza verbal que produce un efecto envolvente, una imaginación intensa que opera sobre los datos de la experiencia, una emotividad que suena verdadera, sagaces apuntes intimistas y una permanente disposición reflexiva se sueldan en un texto de género mestizo. Con esta excelente autoficción, Muñoz Molina corrobora que la novela sigue siendo un medio magnífico para iluminar la existencia.