Imaginativa estampa de la Transición
Tuyo es el mañana
Pablo Martín Sánchez
Acantilado
224 páginas | 18 euros
Todo ocurre en Tuyo es el mañana en un solo día minutísimamente acotado: de una medianoche a las 00:00 hasta las 23:15 siguientes. Sucede en un único sitio, en Barcelona, como hizo en La noria Luis Romero (por cierto, las relumbrantes efemérides de este año han eclipsado el centenario de su nacimiento), salvo unas escenas en Roma. También es concreto el momento en que se desarrollan varias peripecias: datos precisos y otros inferidos las localizan en el ambiente incierto de la Transición, en 1977.
Este aire de relato de evocación histórica realista sorprende de inmediato, sin embargo, por algunos llamativos hechos: un niño cuenta desde la placenta su llegada al mundo (¿secuela de Rabos de lagartija u homenaje a Marsé?), el retrato de una señora colgado en el salón familiar relata lo que ocurre a su alrededor y un galgo de carreras explica sus penurias. Estas historias independientes se alternan con otras más, todas en primera persona, de sus respectivos protagonistas: una niña un poco alocada dispensa su cariño al perro, una universitaria se enamora de su profesor, el profesor conspira en una organización terrorista y un empresario especulador exhibe su mala condición.
Las siete voces narrativas proporcionan una mirada perspectivista de la realidad a través de anécdotas en apariencia sueltas. No lo son, aunque uno tarda a darse cuenta de ello, y terminan por confluir en una trama bastante unitaria alrededor de un intento de secuestro. Entre todas forman un caleidoscopio de lances singulares a la vez que representativos de aquel momento histórico. Vemos en esta novela el clasismo social hiriente y altanero, el activismo revolucionario antifranquista, la rebeldía infantil, el desilusionado acceso a la madurez, las actitudes ante los instintos y el sexo, los negocios turbios, el mercadeo con la vida humana, el desprecio hacia los valores sustanciales, la hipocresía colectiva de la Transición. Un testimonio que, contra lo habitual, no implica un juicio de valor de época, ni contiene un mensaje político explícito. El autor evita una visión idealizada de la Transición, pero tampoco la valora de forma negativa que vaya más allá de pintar con brochazos de farsa una situación algo caótica.
Martín Sánchez presenta cosas que ocurrieron el día de autos como si fueran flashes dispersos de la realidad y sin pretender un alcance totalizador. A este propósito responde el complicado engranaje narrativo del libro, que resuelve con notable habilidad técnica, aunque fuerza las leyes de la casualidad al extremo para hilvanar los hilos anecdóticos en un único ovillo. El planteamiento formal indica, por otra parte, la voluntad de juego propia de un escritor que se arriesga y evita los convencionalismos. Y que, además, se plantea el reto de forjar un proyecto narrativo propio. Se trata de algo que ni en esta obra ni en la anterior, El anarquista que se llamaba como yo, se percibe pero que detallaba hace ya tres años. Según explicó en un jugoso reportaje de Xavi Allén en La Vanguardia, quiere recrear en una trilogía “las tres cosas que conforman la identidad de una persona: su nombre, la fecha de nacimiento y el lugar”.
Martín Sánchez va cumpliendo este empeño un poco pintoresco y con facultades de un buen contador de historias y con la determinación de escribir sin cortapisas, aunque esto le juegue alguna mala pasada como caer en la escatología inocentona (cagar con ruido, mear o sacarse mocos). No supone Tuyo es el mañana un avance sobre la citada opera prima, pero confirma que seguimos estando ante un nuevo novelista muy interesante.