El infierno está en nosotras
Las madres negras
Patricia Esteban Erlés
Galaxia Gutenberg
224 páginas | 19,90 euros
La tensión entre ciencia y fe, entre dogma y conocimiento, entre alma y cuerpo está presente desde el inicio mismo de la historia de la literatura. Y en esta dialéctica se localiza un lugar al que los artistas más excelsos —literarios, plásticos o musicales— han acudido con frecuencia: el infierno. Patricia Esteban Erlés (Zaragoza, 1972) evoca en las citas previas de su nueva obra, Las madres negras —ganadora del IV Premio Dos Passos a la Primera Novela, publicada en Galaxia Gutenberg—, el misticismo de este lugar. La autora recurre a dos hombres con itinerarios muy disímiles pero una exacta afección por el averno: “El infierno nunca tuvo mejor aspecto”, Ray Bradbury; “Dios es el diablo cuando está enamorado”, Tom Waits. Después, ya en la dedicatoria, aparece el nombre de una escritora cuya poderosa huella se percibe a lo largo de las 224 páginas que ocupa esta novela: Shirley Jackson, la primera escritora en revertir el género clásico del terror para tintar de oscuro y tenebroso la noción de lo entrañable y hogareño.
El relato tiene como escenario el siniestro convento de Santa Vela donde un grupo de niñas huérfanas con orígenes y destinos desdichados viven bajo el yugo de la hermana Priscia, una mujer que entiende su relación con Dios desde la exacerbación ideológica. Ella simboliza a “la madre negra” por excelencia. El convento se convierte en un espacio maldito que ha sido escenario de múltiples historias de niñas y mujeres a lo largo del tiempo. La configuración de un universo oscuro, que mezcla con extrañeza y lirismo dimensiones de lo gótico, el terror y el cuento infantil reconvertido para adultos, es uno de los mayores logros de Las madres negras.
Esas mujeres —Mida, Galia, Larah, Liszka— son adiestradas para sonreír todo el tiempo. Les han impuesto una alegría disciplinada que debe contrastar con la lobreguez del convento. La noche, la gelidez y la penumbra son elementos sustanciales de esta obra: “El negro de la noche es capaz de hacerse más negro. El frío no es verdad. El miedo no es verdad”, escribe la autora en un momento de la novela. Una desaparición (“Las criadas vuelven del mercado diciendo que una de las huérfanas de Santa Vela se ha escapado”) y una revelación —Mida anuncia que Dios se le ha aparecido para decirle que Él no existe— fijarán el doble núcleo narrativo de la acción.
Las madres negras mantiene ciertas concomitancias con algunas de las distopías en clave femenina que han revolucionado el panorama literario y televisivo el pasado año. Por ejemplo, la obra de Margaret Atwood, El cuento de la criada, comparte con la obra de Esteban Erlés la codificación de las mujeres —aquí también hay criadas, mujeres “invisibles” y niñas guardianas— o la prohibición de decir su propio nombre (“Debía hacer como las otras, contestar que no merecía tener un nombre propio y respondía al de Prudencia, la cualidad que debía esforzarse en adquirir durante el resto de su vida”).
Patricia Esteban Erlés ya había mostrado su pulso y músculo narrativos en distancias cortas en obras de relatos como Azul ruso (2010) y Casa de muñecas (2012), ambas publicadas en la editorial Páginas de Espuma. El salto a la novela podría haberle provocado un cierto vértigo. El resultado, sin embargo, muestra más bien lo contrario: Las madres negras supone la confirmación contundente de una voz literaria tan poderosa que le ha hecho merecedora de un premio a la mejor primera novela, el aldabonazo definitivo a una trayectoria prometedora.