Intimismo en forma de terror
Duelo
Eduardo Halfon
Libros del Asteroide
112 páginas | 13,95 euros
No tengo claro si soy la persona menos idónea para comentar este libro o la más, o ambas cosas a la vez. Por un lado, el tema y la estrategia me afectan y me interpelan de un modo tan visceral e inequívoco que no puedo hacer una valoración desapasionada y distante, de ahí que empiece hablando en primera persona. Por otro, quizá esa implicación emocional, indeseable para quienes persiguen un juicio claro y limpio, hace que mi lectura sea más interesante y reveladora que la de otros. Intentaré explicarme mejor mientras explico a la vez el libro.
En Duelo, de Eduardo Halfon (Guatemala, 1971), hay un niño muerto. En realidad, dos. Bueno, en realidad-realidad, muchos, demasiados niños muertos. En Duelo se lee: “Me dijo que en hebreo existe una palabra para describir a una madre cuyo hijo ha muerto”. Y yo escribí un libro basado en la idea de que en castellano no existe esa palabra, y que los padres de los hijos muertos debíamos inventar la forma de nombrarnos. En Duelo se lee: “Aquí hay dragones, pensé o tal vez susurré, viendo hacia abajo y recordando la frase de los antiguos cartógrafos”. Y yo concebí aquel libro como un intento de cartografiar el dolor de ver enfermar y morir a un hijo, un territorio que los mapas normales del mundo no muestran. Una última: desde que se publicó aquel libro, he rechazado la etiqueta de literatura de duelo, y al poner esa palabra en el título del suyo, Halfon parece lanzar una piedra enorme en medio de un estanque. Suena a desafío interpretativo.
Pero con los títulos con los que de verdad dialoga Duelo son los otros libros de Halfon, autor de obras breves y certeras, como Monasterio, Signor Hoffman o Saturno, que se combinan como piezas de un puzle que, al completarse, forma su identidad (si se completa alguna vez, pues parece que siempre van a faltarle piezas: es posible, de hecho, que los libros sean los huecos que faltan y no la parte ya armada). Una identidad híbrida y mutante, hecha de una infancia guatemalteca y estadounidense marcada por una cultura judía. Memoria construida en español e inglés con trazos de francés y árabe. En este caso, hay un enigma: la memoria de un niño muerto. El narrador Halfon recuerda la aparición de un cadáver que sacaron de las aguas de un lago en su infancia. Ha crecido convencido de que se trataba del hermano de su padre, pero no puede ser, porque este falleció a los cinco años en Nueva York, tras una enfermedad, mucho antes de que Halfon naciera. ¿Quién fue, por tanto, ese niño? ¿Existió? ¿Hubo acaso siquiera un hermano de su padre que murió?
La verdad se va abriendo paso y aparece cuando ya no importa, porque la narración ha levantado en el ínterin otras preguntas. Destellos de memoria van tachonando la prosa limpia y directa de Halfon, hasta que esta se deshilacha en un episodio lisérgico y esotérico que recuerda a cierto Bolaño, en el que se enumera a un montón de niños muertos (porque cada niño muerto es en realidad todos los niños muertos). El relato va y viene de Guatemala a Miami y del pasado al presente con la aleatoriedad de los recuerdos y la conversación.
En el fondo, hay aquí una historia de terror no muy distinta a las que ha narrado Stephen King muchas veces (el recuerdo de un ahogado en un lago de la infancia, chalets abandonados, memoria reprimida, fantasmas familiares en fotografías enigmáticas, culpa y miedos que emergen del agua y del silencio), pero que en manos de Halfon transmite un desasosiego mucho más existencial. Le bastan cien páginas para conmovernos. Una proeza al alcance de pocos escritores.