Invitados de Drácula
Cuentos completos
Bram Stoker
Ed. Antonio Sanz
Trad. Jon Bilbao
Páginas de Espuma
840 páginas | 39 euros
Va de vampiros, la época victoriana es vampírica, los niños son vampirizados en las minas a tierna edad, Dickens saca oro de esas injusticias, y Jack el Destripador es el asesino en el que se escudan príncipes —Duque de Clarence—, o pintores —Walter Sikert—. Oscar Wilde, la gran estrella de la época, mantuvo con Stoker multitud de encuentros y desencuentros. Los dos eran dublineses, los dos ansiaban triunfar en el teatro, los dos amaban a la misma mujer. No se enfrentaron, primero, porque Florence Balcombe, dejó plantado a Oscar por Bram; segundo, porque Dorian Gray moralmente resulta ser mucho más perverso que el conde, que desembarca en Londres exclusivamente para reencontrarse con su antigua amada y no pretende seducir a jovencitas ni a jovencitos ni preconiza heterodoxos manuales estéticos de amores que no osan decir su nombre. Ambos autores coinciden en algo superior, Drácula y Dorian, tanto monta, monta tanto, engrosan la lista de las mejores novelas de la literatura universal.
Ahora, la editorial Páginas de Espuma, con buen tino, certera traducción —Jon Bilbao—, y espléndida edición —Antonio Sanz—, rescata tres volúmenes de cuentos de Bram Stoker; dos de ellos escritos en vida: Under the sunset —El país bajo el ocaso— aparecido en el temprano 1881, y The record of a theatrical Touring Party —Atrapados en la nieve: crónicas de una gira teatral— en el tardío 1909. El último, Dracula’s Guest and Other Weird Stories —El invitado de Drácula y otros relatos inquietantes—, editado en 1914 gracias a los desvelos de la viuda Florence Balcombe, que si bien procuró que estos relatos salieran a la luz, no dudó en acosar, años más tarde, al cineasta alemán Murnau y obligarle, por cuestión de derechos, a quemar —de nuevo el fuego— su obra maestra Nosferatu; menos mal que Murnau puso a buen recaudo unas cuantas copias.
Walter Pater advirtió que el fracaso está en crearse hábitos. Hagan caso los lectores a Pater y no retornen, de nuevo, a Drácula, sino déjense llevar por estos cuentos donde el horror se expande en fantasías colectivas, el conde y los lobos son entes similares, la nieve y los trenes influyen en la imaginación y las fieras lamen enamoradas a tiernos infantes. En definitiva, todos somos invitados de Drácula.