La escritura de los desposeídos
Del color de la leche
Nell Leyshon
Trad. Mariano Peyrou
Sexto Piso
174 páginas | 16 euros
La primera vez que hojeé, instada por mi librero, las páginas de Del color de la leche, de Nell Leyshon, me di cuenta de que la autora no utilizaba nunca mayúsculas. “Te va a gustar”, me dijo. Le miré con desconfianza, sospechando que se trataba de un recurso de moda que había encontrado en algunos libros de poesía y para el que nunca había recibido justificación al final de la lectura. Sin embargo, el prólogo de la joven escritora mexicana Valeria Luiselli y la recomendación del Tipo Infame me animaron a llevármelo. Comencé a leer y descubrí que esta autora inglesa había encontrado una forma de arrojar luz sobre uno de esos seres perdidos en los márgenes de la historia y que había utilizado, de forma convincente, la voz de Mary para contarlo. Una primera persona despojada de adorno que narra un hecho poético como es aprender a leer y a escribir en un mundo burdo y extremo. Desde el principio, la protagonista tiende una cuerda que va tensando hasta el final. Nos secuestra en su voz. No tenemos nada que ver con ella pero reconocemos la miseria de su vida. ¿Acaso la autora ha tenido la gentil sutileza de alejar en tiempo y espacio la novela para hablarnos de la dominación de los desposeídos? ¿Acaso nos reconocemos en una pobre granjera del siglo pasado cuya única virtud es no saber más que mirar de frente?
Mary cuenta su vida porque Mary aprende a leer y a escribir a lo largo del libro y nos hace partícipes del esfuerzo que supone sentarse con papel y lápiz frente a una ventana para sacar de sí palabras de forma desgarradora. A Mary le cuesta escribir cada línea como si avanzara a través de un espeso fango. “Eme.a.erre.igriega”, como ella deletrea cuando aprende a escribir su nombre. Es una joven de quince años que vive con su familia en la Inglaterra rural del siglo XIX. Lo que Mary tiene y repite constantemente para recordar su estigma es el pelo del color de la leche, suponemos que es albina, y un defecto físico en una pierna. Lo que no tiene es amor, seguridad y confianza en nadie. A medida que avanzamos en la novela, recorremos con ella un destino marcado de nacimiento, una pelea por su propia supervivencia. La narradora de la historia camina sin mirar atrás, como si atendiera a aquel consejo de Oscar Wilde que indicaba que para escribir solo hacen falta dos cosas: tener algo que decir y decirlo. Mary no se detiene.
No sabemos cómo Nell Leyshon, novelista y dramaturga inglesa, ha encontrado la manera de darle forma a una voz tan creíble. Poco a poco, letra a letra, descubrimos a un personaje inolvidable, rebelde y sumiso, provocador y condescendiente. Desafío y desarraigo. Alguien que tiene asumido desde la primera línea su propio final y de quien no averiguamos las razones por las que le urge escribir su historia hasta las últimas páginas. Violento y estremecedor, el libro lo surcan otros personajes redondos: su padre, dolido con la vida que no le ha dado hijos varones; el abuelo, el único respiro de ternura de la novela; los habitantes de la casa donde se traslada a vivir y que suponen, en un principio, calor pero que, noche a noche, se van tornando tenebrosos ante la descarnada inocencia de Mary.
En Del color de la leche lo único luminoso es la escritura de la propia Mary recreando un universo frío y violento que muere y renace al compás de las estaciones. Un lugar donde nunca existió espacio para la belleza, donde Mary, la protagonista, utiliza las palabras como método urgente para contar el dolor, como un cañón de luz en medio de la dominación, donde no tuvo tiempo para aprender el manejo de las mayúsculas.