La eterna fiesta literaria de Scott Fitzgerald
Moriría por ti y otros cuentos perdidos
F. Scott Fitzgerald
Trad. Justo Navarro
Anagrama
512 páginas | 23,90 euros
A pesar de que murió a edad temprana, a pesar de que tuvo una vida en la que las fiestas interminables eran su cobijo, a pesar de su agotador cautiverio sentimental con Zelda, Francis Scott Fitzgerald (1896-1940) tuvo tiempo de sobra para dejar un legado asombroso: dos novelas excelentes e imperfectas (A este lado del paraíso, Hermosos y malditos), dos obras maestras imperecederas (El gran Gatsby y Suave es la noche) y el esbozo de la que, sin duda, hubiera sido la cumbre inalcanzable para el resto de la narrativa norteamericana del siglo XX de no haber llegado el último acto antes de tiempo: El último magnate. Y, serpenteando entre esos caminos de piedras preciosas y tóxicas, un aluvión de relatos que, en el peor de los casos, son interesantes. Y, en el mejor, sencillamente magistrales. Escritor que se resiste a abandonar el estado de vigencia y vigilancia, Scott Fitzgerald vuelve a la palestra con Moriría por ti, una fiesta de cuentos inéditos hasta hace poco y de otros que no fueron publicados porque ciertos editores miopes no los consideraron representativos de su autor.
Pero la vida ha enmendado la plana a quien pensaba que no había segundos actos en las vidas norteamericanas, e incluso su legado más desconocido, o abiertamente proscrito, ve la luz justo ahora, cuando su estilo es más moderno y rompedor que nunca. Son 18 cuentos felizmente recuperados para emprender de nuevo un viaje al escenario de los años treinta, cuando la música alegre empezaba a tornarse fúnebre y las burbujas del champán ya habían perdido fuerza para seguir buscando paladares exquisitos. Jazzmanía, crackilandia. Fuego apagado y rescoldos furiosos que dieron al escritor munición suficiente para disparar contra todo sueño viviente, desde la tristeza mesurada y la cauta desesperación, desde el humor herido y sometido a la ley de la gravedad que mantiene en suspenso los destinos.
Hay constantes referencias a la propia existencia del autor, y a la insistencia de sus fantasmas. Hay frentes abiertos de locura, y apuestas romas por la autodestrucción. Hay, claro, pieles condenadas a dañarse, y pozos de botella sin fondo y precipicios que deletrean tu nombre y, también, ásperas parodias en serio sobre el mundo editorial o cinematográfico que destilan veneno espumoso en una obra que no es precisamente rencorosa. El libro está cargado de avances, incluso de juegos, pretende encontrar alternativas originales a asuntos convencionales, indaga en las formas para encontrar la mejor horma a sus historias. Así, “Moriría por ti” es, además de un gozoso viaje a los cuentos perdidos de un narrador genial, un auténtico taller de escritura en el que aprendemos lecciones prácticas de cómo darle la vuelta a un relato a ver si funciona mejor o de manejar con un sentido del ritmo prodigioso materiales propios del cine y sus vericuetos.
Scott Fitzgerald orquesta una celebración privada como creador en la que no hay reglas de etiqueta ni caretas ni invitados indeseables. Todo cabe, todo llena: lejos de proteger su estereotipo como cronista de la era del jazz abonado a los amores juveniles con hombres pobres fascinados por bellas ricas, se dedica a demolerlo con la paciencia de un embalsamador. Si el libro arranca con “El pagaré”, testigo sarcástico de la primera etapa del autor —inmaduro, nunca ingenuo—, los últimos ya huelen a despedida, o a fuga final. Siempre consideró que los cuentos eran una forma de ganarse la vida, un sustento en tiempos de ruinas. Pero “Moriría por ti” vuelve a demostrar cuán equivocado estaba, y cómo su talento era capaz de convertir su gangrena vital en una escalofriante fiesta literaria a la que todos asistimos, como si de una velada de Gatsby se tratara, asombrados y conmovidos.