La familia como experimento
Familias de cereal
Tomás Sánchez Bellocchio
Candaya
192 páginas | 16 euros
Explica el escritor argentino Ricardo Piglia en su libro Formas breves que la gran tradición literaria es la historia de los estilos. Piglia propone un amplio catálogo de tesis acerca del cuento, posiblemente la forma breve narrativa más potente de la literatura. Una de las tesis sostiene: “El cuento es un relato que encierra un relato secreto”. Y añade el teórico que sería esta historia secreta la clave para dar la forma del cuento y sus variantes. Parece lógico pensar que Tomás Sánchez Bellocchio (Buenos Aires, 1981) haya leído a Piglia y a la larga tradición de cuentistas latinoamericanos encabezada por el maestro Borges —al que homenajea en el relato Animales del imperio—, y seguida de Quiroga, Onetti o Arreola, entre otros.
“Contarse la vida como un libro hace menos terrible el final”, escribe Sánchez Bellocchio, destilando en su prosa una notable elegancia. La bandera de la que su estilo hace gala es la justeza de cada palabra, como si únicamente hallaran su lugar preciso en esa parte de la oración y no en cualquier otra. Una suerte de artefacto perfecto, casi científico, es el cuento para el autor. El tema que aglutina todos los relatos no es otro que el de la familia que da título al volumen, aquella que los anuncios de cereales en la televisión nos ofrecían: familias que desayunan unidas, permanecen unidas.
El autor maneja magistralmente en esta docena de cuentos conceptos tan complejos como la tensión, la espera, lo oculto, la sorpresa o la inversión. Asuntos adyacentes relativos a la grieta social, tecnológica o generacional sirven como herramientas en relatos excelentes (destaca especialmente “La nube y las muertas”), en los que abunda un sentido del humor melancólico preñado de un sarcasmo que proviene, a su vez, de una voz inmadura y genuina que sostiene la narración.