La fuerza de lo auténtico
Distintas formas de mirar el agua
Julio Llamazares
Alfaguara
184 páginas | 17,50 euros
No es la primera vez que Julio Llamazares se adentra bajo las aguas que cubrieron Vegamián, su pueblo de nacimiento. En 1985, Llamazares participó, como actor y como guionista, en la película El filandón con el relato Retrato de bañista.
El protagonista de Distintas formas de mirar el agua no es Vegamián, sino Ferreras, un pueblo que también fue inundado por el pantano del Porma, construido por un ingeniero llamado Juan Benet. La propia Región, el territorio imaginario de Benet, nació en estos lares leoneses y durante aquellos días. Juegos de la literatura, caprichos de la vida.
Los pueblos conservan la memoria de sus habitantes mucho mejor que las ciudades. Da igual que estén sepultados bajo el agua. Nunca dejaron de vivir en Ferreras los pobres desgraciados que un día tuvieron que abandonarlo todo —Llamazares compara ese exilio, esa diáspora, con la que sufrieron los judíos expulsados de Sefarad— y trasladarse a un nuevo poblado en la Tierra de Campos palentina. Virginia y Domingo, con sus hijos Teresa, José Antonio, Virginia y Agustín tienen que irse un día de su mundo. Entre las muchas cosas irrecuperables que allí dejan, está la tumba de su hijo Valentín, muerto en plena niñez. Hubo gentes que levantaron a sus muertos para trasladarlos a otro lugar, lejos del agua. Domingo y Virginia prefirieron que su difunto hijo permaneciera allí, bajo una plancha de hormigón.
Nunca más quiso volver Domingo a esos paisajes; ni siquiera volvió a mencionar a Ferreras ni a su hijo fallecido. Únicamente dejó dicho a Virginia, su mujer, que llevaran hasta allí sus cenizas cuando muriese. Y así comienza Distintas formas de mirar el agua, con la familia congregada a la orilla del pantano para depositar las restos del patriarca. Novela coral —el lector bien puede imaginárselo todo en un escenario teatral en el que se van adelantando los personajes—, los miembros de la familia desfilan en soliloquios, estremecedores monólogos interiores, para reflexionar acerca de lo que supuso aquel exilio en sus vidas y, sobre todo, en la de Domingo.
De una sencillez formal extrema y de una eficacia portentosa, Julio Llamazares ha escrito una novela sobre la nostalgia y el desarraigo que logrará emocionar al lector. Llamazares, una vez más, nos recuerda la importancia y la fuerza de lo primario, la solidez de los sentimientos desnudos, la altura que alcanza la literatura cuando habla de cosas que son verdad.
Podríamos prescindir hasta de la firma en la portada para saber que Distintas formas de mirar el agua es una novela de Llamazares. Se ha afirmado que era inevitable que la escribiera, que estaba pendiente desde que su pueblo quedó anegado por las aguas. Confiemos en que no sea la última y que podamos disfrutar más veces de su mirada compasiva y hermosa.