La galería de mujeres iluminadas
La luz negra
María Gainza
Anagrama
168 páginas | 16,90 euros
La forma más rápida de conocer a la gente es hablar de pintura. Lo dice Enriqueta Macedo, una mujer de ficción sobre cuya mente sabe mucho María Gainza. La escritora sobre arte que sorprendió a los lectores con su hermosa novela El nervio óptico, en la que hizo del arte un argumento elegante, sencillo, una estupenda manera de enseñar a mirar los mundos interiores de cada cuadro, el talento emocional de los pintores, sus vidas privadas y cómo ellas y las miradas de quienes se acercan a su obra dialogan entre sí creando deliciosos cuentos y enriquecimientos de la mirada sobre el arte. Esta es la delicada y sorprendente apuesta de una escritora que fue crítica de arte desde el concepto baudelaireniano de pensar y desvelar el arte desde la mirada literaria, a la que además, como llevó a cabo en El nervio óptico, y ahora en la maravillosa La luz negra, le añade su capacidad para construir historias con la iluminación de un misterio, un fascinante poso de cultura literaria y plástica —que va hechizando al lector—, y el viejo juego de la identidad entre ficción y realidad. Ese hilo de Ariadna con el que nos adentra en el laberinto de las vidas de tres mujeres: la célebre tasadora de arte, Enriqueta Macedo, perito sin tacha al estilo de Bruce Chatwin, que firma certificados de autenticidad a una banda de falsificadores; la pintora surrealista-kitsch austro argentina, Mariette Lydis, que coleccionaba retratos de hermosas mujeres de la burguesía bonaerense e ilustró libros de poetas; y La Negra, una artista de la falsificación, musa de los sesenta y protagonista de la investigación con la que la narradora, intentará abrochar los vínculos y las sombras que las unieron.
María Gainza deconstruye la caja negra de la falsificación de las obras de arte, desvela sus secretos y famosas huellas en la Historia, con un relato de misterio acerca de la impostura, el engaño, la manipulación y las coartadas culturales del espíritu burgués. De hecho, la novela y su juego de enigmas, la elegante prestidigitación del arte del simulacro y la estructura de perseguir las muñecas rusas de una escurridiza personalidad marginal, desvela y parodia, explica y literaturiza, cada una de estas cuestiones. Con una suave y encajada erudición que no exige al lector y la travesura inteligente, sutil en ocasiones y caricaturesca en otras, conecta la ficción con ejemplos reales. No faltan en este propósito guiños a Cortázar, a T.H. White, a Borges, a Gombrowicz, y a muchos personajes auténticos que abordaron la biografía de William Blake, o la falsificación del arte, como el húngaro Elmyr de Hory que se hizo famoso por sus copias de Picasso, de Modigliani y de Van Dongen y al que Orson Welles le dedicó el documental F for Fake, y al que las protagonistas de la novela consideran el Corleone de su género. También están presentes en la trama el mercado de las subastas con su trastienda; parodias sobre la crítica de arte; la obsesión de los coleccionistas, y por supuesto la metodología de estos delincuentes de piezas inéditas que se descubren repentinamente. Igual que aborda la fascinación del malditismo en el universo en el que se mueve la historia y la moda del esoterismo en aquellos sesenta. Sin duda, a Silvina Ocampo le hubiese fascinado esta novela, especialmente la figura hipnótica de La Negra. Sin sacar de esa orla a la narradora en los momentos en que se encarga de inventar un catálogo con objetos, grabados y correspondencia de la pintora, componiendo así otra falsificación pero de su vida.
La luz negra mantiene el nivel de su anterior novela y gana en habilidad técnica y en destello literario a la hora de enfocar la historia con elementos detectivescos, trabajos de campo documentales, y expedientes judiciales. Lo mismo que dibuja con precisión las atmósferas. Escribe Gainza como si estuviese diseccionando todos los cuadros que hay dentro de un cuadro: el del arte, el de la vida, el de la literatura, el de la mirada que los arma.