La Garbo española
Mi pecado
Javier Moro
Premio Primavera 2018
Espasa
384 páginas | 19,90 euros
Un perfume femenino en frasco negro con incrustaciones de oro. Si el lector lo abre suavemente lo embriagará un aroma de cine. Igual que le sucedía a las personas que en los años treinta convirtieron Mi pecado en el best-seller con el que adornarse la elegancia y la belleza. No sé si tuvo en aquella época una publicidad sonora pero nada como la magia muda del perfume en las distancias cortas en las que se sueña con el deseo o con la fama. Y eso parece saberlo Javier Moro al desplegar la alquimia destilada del rigor documental y la química de un lenguaje sugerente y con aroma romántico en una novela sobre la vida de película de Conchita Montenegro, la primera actriz española de Hollywood y espía involuntaria en la misión británica para conseguir la neutralidad de España en la Segunda Guerra Mundial. Los dos marcos históricos que sirven de plató narrativo del gran amor de la denominada Greta Garbo española y el caballero del sur de Lo que el viento se llevó. El actor Leslie Howard cuya muerte fue llorada por muchas compañeras de plano y de sábanas, y que desencadenó que Franco retirase la División Azul del frente ruso e impidiese que Hitler ocupase España. No se sabrá nunca qué hubiese ocurrido si cuatro meses antes, el 1 de junio de 1943, unos cazas alemanes no hubiesen derribado el DC-3 Ibis en el que viajaba desde Madrid donde negoció, bajo la excusa de rodar una producción sobre Cristóbal Colón, el reconocimiento de España por parte de los aliados si se declaraba neutral en el conflicto. La misión de un gentleman espía en la que su amante española, prometida con un diplomático falangista, fue un hermoso peón en ese célebre tablero de la inteligencia militar que fue el Embassy. Otro de los escenarios, cerrado en 2017, en el que Javier Moro invita al lector a entrar a tomar un té alrededor de conversaciones en clave.
A Javier Moro le gustan las expediciones narrativas con las que rescatar a figuras con épica envueltas en el olvido, y acercar al lector a la forja de la leyenda del personaje y las diferentes posibilidades de su intimidad. Lo hace contando con un tono Kipling, igual que una voz en off que cinematográficamente enfoca acontecimientos, suposiciones, huellas fotográficas, las atmósferas donde sus criaturas de carne y de literatura sucedieron, transmitiendo naturalidad y cercanía. Es esa pericia la que le confiere prestancia al Hollywood español de Julio Peña, Pepe Crespo, Gregorio Martínez Sierra, Benito Perojo con mesa fija en el Henry’s y el fabuloso Edgar Neville a la cabeza. Los años de transición del mudo al sonoro en los que Conchita Montenegro se negó a besar a Clark Gable pero fue amante de Neville, pareja de Buster Keaton, novia del joven caballero que siempre le regalaba a las mujeres Primer amor de Turguénev, y de Leslie Howard entre otras parejas del corazón de la joven actriz que rodó con Ford, con Van Dyke y con directores hispanos del sueño americano como Jardiel Poncela y Carlos Borcosque. Cuenta Moro, entre lentejuelas, dry martinis, escándalos y fiestas, los entresijos de aquellos años de la Gran Depresión en los que la industria del cine cuadriplicó los presupuestos como la única forma de evasión de la pesadumbre.
Pesadumbre también en la España de la derrota republicana donde el control del lenguaje era parte de la política de adoctrinamiento del régimen y se transformaban los pobres en necesitados y el bistec en filete. Flashes en segundo plano porque el foco narrativo orla las candilejas de la clase vencedora, igual que Justa Montenegro, dueña y directora de los primeros estudios de doblaje, o Alina Griffith, reina española del espionaje en aquel Madrid de los cuarenta en los que la belleza morena de la Metro y de la Fox era una actriz con miedo al futuro, y que murió sin títulos de crédito. Bien por Moro que le ha devuelto su estrella.