La historia en la turmix de la memoria
La noche en que los Beatles llegaron a Barcelona
Alfons Cervera
Piel de Zapa
176 páginas | 16 euros
Alfons Cervera viene levantando desde hace años una obra homogénea como quizás ninguna otra entre nosotros. Su escritura enlaza la denuncia de los oscuros tiempos de la dictadura y un airado examen de la Transición. Vuelve a juntar ambos estímulos en La noche en que los Beatles llegaron a Barcelona. También continúa con un modo de entender la novela como amalgama de invención y testimonio. Sobre estos pivotes hace ahora la “crónica” de la actuación barcelonesa de los roqueros ingleses en 1965. En doce breves secuencias encabezadas por los temas interpretados ensambla en paralelo un terrible suceso: la policía detuvo arbitrariamente a dos jóvenes amigos que viajaban para asistir a la gala y uno de ellos fue asesinado en la comisaría de Vía Layetana tras brutales torturas. A este horror específico le confiere Cervera alcance de denuncia general de la impunidad franquista al dedicar el libro a otros jóvenes, los tres cuyos cuerpos quemados aparecieron en un barranco de Almería en 1981; la Guardia Civil confundió con etarras a unos chicos que iban a un bautizo.
Cervera dispone dos músicas dramáticamente simultáneas como soporte de una amplia indagación histórica, el jubiloso concierto público y el clandestino recital de cámara en el calabozo. Constantes y variadas asociaciones extienden el relato a lo largo de un dilatado marco temporal. Hacia atrás, se rehace la vida en Los Yesares, imaginario marco campesino donde el autor sitúa sus historias, con recuerdos cargados de emoción —la panadería paterna, sitios de recreo, variadas relaciones entre lugareños—, un paraíso de cordialidad si no lo hubiera entenebrecido la noche franquista. Hacia adelante, hasta hoy mismo, con referencias a la desmemoria y a la paz de los cementerios todavía vigente. En medio asoma, como obsesivo ritornello, el sicópata torturador, un policía anónimo aunque noticias explícitas lo identifican con el sádico comisario Antonio Juan Creix.
La barbarie cuenta ya con tantas elaboraciones literarias que resulta difícil conseguir algo distinto y convincente, testimonial y creativo. Logra Cervera superar el reto artístico con una estrategia que, en las antípodas del distanciamiento brechtiano, consiste en meterse él mismo en la novela y utilizar la autoficción para comprometerse con los sucesos. Plantea, además, los conflictivos límites entre imaginación y realidad y reivindica la invención como un medio para conocer la verdad. De todo ello resulta una narración que rinde tributo al caos organizativo, da saltos, mezcla sin recelos verdad e invención, e incluso desconfía de lo narrado.
Esta personal poética constituye una peculiar apuesta que podría tildarse de vanguardista si la etiqueta no estuviera tan marcada por el juego formal. Nada, sin embargo, tan lejos del virtuosismo técnico como la vehemente escritura política de Cervera. Su novela mete la historia en la turmix de la memoria y el espeso batido resultante se convierte en un argumento contra el olvido y el silencio, en denuncia de quienes “visten al monstruo con los ropajes de la comprensión”. El alegato se corona con un pronunciamiento, de valentía y honestidad raras en nuestros días, contrario a la reconciliación entre vencedores y vencidos en la guerra.
Cervera arropa la llamada memoria histórica con un discurso narrativo militante. Puede achacársele una postura radical, pero los sucesos fabulados en su tajante y angustioso relato exigen una reflexión moral e inclinan a darle la razón. En cualquier caso, la novela logra lo que pretende, ser un recio aldabonazo a la desmemoria colectiva de nuestro país.