La huerta de Ítaca
El último día de Terranova
Manuel Rivas
Alfaguara
304 páginas | 18,90 euros
Vuelve Manuel Rivas a llovernos Galicia y realismo maravilloso. El género que lo educó en Álvaro Cunqueiro y en la vida como gesta. Lo hace con la historia de una librería y su familia (de títulos, autores y propietarios) que respira desde el amor que se hace con la memoria, desde la imaginación como una forma de resistencia y desde el faro de la escritura que es una luz que las trabaja por dentro para iluminar sus derrotas y sus secretos. Su magia y su viaje. Y también el valor con el que las criaturas del mapamundi Rivas se enfrentan en inferioridad de condiciones a la aspereza del entorno político de la realidad. Unas veces se trata de un pasado que condena los sueños a ser topos o figuras borradas, y en otras ocasiones se sitúa en la época actual que desahucia la cultura y las librerías. Igual que sucede con Terranova en Atlantis 42. Un Nautilus de lecturas de contrabando en el doble fondo de las maletas de los inmigrantes de México, de Argentina y de París. La isla en la que se refugian tres exilios: el de la locura del tío Eliseo, un marinero dentro de una botella y sus relatos de las geografías que nunca sucedieron. El de la existencia de permiso de Amaro Fontana, experto en Ulises y denunciante de paisajes que desaparecen. Unidos ambos por el destino de un talismán arqueológico. También está el de Vicenzo Fontana, nacido cojo de un pulmón de acero contra la implacable polio de finales de los 50. Los tres, tío, padre, hijo, forman el triángulo épico de una historia de amor y de supervivencia, fragmentada a lo largo de sesenta años de un relato de relatos. De nuevo Cunqueiro y La Odisea, la narración como viaje, el tiempo como espacio físico. La Galicia de 1935, el golpe del 73 en Argentina, la muerte de Franco y la crisis actual donde todo es especulación, son las horas del reloj que preside la pared de ese puerto de mar donde ya nadie roba libros ni una niña de dedos azules toca un piano Collard & Collard.
No pueden faltar mujeres en esta hermosa novela en la que los personajes intentan mantener la cabeza por encima del agua, escuchando cuentos que les cuentan otros personajes, o contándolos ellos mismos. La Comba, Garúa, Viana. Ellas son las que dejaron sus manos pintadas en las cuevas primitivas, las que suben por amor 234 escalones, las que convierten en hogar una vieja cárcel y aprenden braille para leer cuando la vida está a oscuras. Sin miedo se enfrentan a los confidentes y a los asesinos. Y con ternura mantienen, bajo el ímpetu de las tormentas, los barcos firmes tierra adentro. Son las que curan la enfermedad de los libros, las que custodian la consigna del huerto de Ítaca y escuchan a la imaginación acerca de Max Aub, de León de Felipe, de los silencios de Borges, del taxista de Robert Arlt. Nadie conoce mejor que ellas que cada día, como escribió Amiel en su Diario Íntimo, nos dejamos una parte de nosotros mismos en el camino.
Se sabe Sherezado Manuel Rivas, enhebrando las historias de una novela, mitad libro de caballerías y mitad Las mil y una noches, sobre náufragos sociales que aprenden que el miedo puede limpiarse, que el valor se arma, que las deudas exigen ser encaradas, y que el verdadero cementerio es la memoria. Y lo hace lloviendo de Galicia su melancolía y su paisaje y su patrimonio de cultura, la estirpe fantástica de su narrativa y meciendo su lenguaje con el suave oleaje de la poesía.
Hermosa novela El último día de Terranova en la que una voz de agua, aire y miedo le pone voces a la intimidad de las palabras, y a los giros copernicanos que da la vida. Su lectura nos deja claro que ayer y hoy la Historia de la cultura es de serie negra, y que los soñadores son una cometa sujeta al mar por un hilo de tierra, en cuyo extremo siempre hay una librería.