La literatura como depravación
El niño que se desnudó delante de una webcam
José Serralvo
Los libros del lince
224 páginas | 17 euros
El niño que se desnudó delante de una webcam, la segunda novela de José Serralvo, un joven y casi desconocido escritor nacido en Cádiz del que apenas sabemos que ha trabajado en un caro despacho de abogados y es miembro del comité de Cruz Roja en Colombia, no se puede leer literalmente sino literariamente. La literalidad nos conduciría a un engorroso problema moral previo difícil de superar: ¿es honroso, incluso lícito, novelar la depravada y minuciosa vida de un niño de doce años, residente en un bario marginal de Chicago, víctima de una legión de repugnantes pederastas? ¿Es en sí mismo inmoral describir las reacciones de una legión de tipos repulsivos (los llamados Auditores Externos de la red corrupta) que se masturban frente a un ordenador mientras un niño complace sus impúdicas órdenes en un cuarto remoto? Sin duda lo es.
Ahora bien, la depravación literal no tiene nada que ver con la depravación literaria. Pervertido, asquerosa y literariamente pervertido, es Humbert Humbert, el profesor de mediana edad obsesionado sexualmente por su hijastra (también de doce años, como el Dave Timberthirdleg de Serralvo) en una de las obras cumbre de literatura mundial del siglo pasado, Lolita; depravado es, en la literalidad de su conducta, el decadente profesor Gustav von Aschenbach que se enamora de un efebo virginal en un hotel de Venecia mordido por la peste en el relato de Thomas Mann.
Humbert y Aschenbach literalmente son pedófilos pero literariamente son dos personajes que pertenecen al universo simbólico de los deseos ocultos. ¿Su salvación? Haber formado parte de dos de los artefactos literarios más fascinantes sobre las pulsiones sexuales prohibidas.
El niño que se desnudó… es también un sorprendente artefacto literario, una novela impúdica sobre la pedofilia narrada con la distancia (que no la ocultación) que permiten las palabras, es decir, ese juego radicalmente inteligente, semántico y prosódico que es el estilo. Las consecuencias de cómo se asimile esa invención, cuya superchería está siempre a la vista, es responsabilidad exclusiva del lector. El autor inventa, descubre las costuras, siembra las referencias y deja al lector la tarea de imaginar e interpretar: de advertir arte o inmundicia.
Los referentes literarios de Serralvo, siempre evidentes, aclaran aún más el carácter de su creación: Nabokov, Don DeLillo. Foster Wallace, Foster Wallace y Foster Wallace. No, no es una errata es una obsesión y nada oculta: Los pedófilos de Serralvo son una especie de criaturas animadas y repulsivas fabricadas a partir de ese material inerte que reposa en los diccionarios —las palabras— y por eso unas veces son vomitivos y otras (o a la vez) indicios de la mejor literatura.
La novela de Serralvo, más allá de las influencias directas, tiene un valedor externo que conviene citar: el editor Enrique Murillo, traductor él mismo de Nabokov y certero cómplice de la buena (y valiente) literatura.
El argumento de la novela es este: un chico de veinticinco años revela durante cuatro horas ante una comisión del Senado norteamericano cómo fue introducido, con doce años, a través de una falso seguidor de la Cienciología, en las redes de la pederastia, las vejaciones a que fue sometido, las implicaciones que tuvo en su sórdida existencia, las decisiones (no siempre modélicas) que adoptó en defensa propia, el dinero que amasó y la delicada historia de su único amor: una chica, Mary Jane, de su misma edad, paralítica, que lo surte de libros de Foster Wallace y que se solaza con él en un hotel de lujo en el Nueva Orleans de antes del Katrina.
El largo monólogo de Dave Timberthirdleg no elude ningún aspecto de su angustiosa historia: su violento origen familiar, cómo era castigado por su padre a cortar césped con un cortauñas, a comer cucarachas por acostarse con la boca sucia o a permanecer inmóvil en la caseta de su perro Reagan, una animal tuerto y espectral; o cómo anticipó la muerte de su abuela enferma de alzheimer o cómo se defendió con una botella de Johnnie Walker del acoso de un exquisito corrupto en un hotel de Las Vegas.
Por supuesto, todo lo que cuenta en esta novela el personaje de Timberthirdleg ante la comisión del Senado es un alegato en defensa propia, un discurso elaborado con palabras cuidadosamente elegidas con el objetivo más de atrapar a su público que de confesar. Esa es, en el fondo, la meta de la creación literaria.