La literatura de la extrañeza
Leche
Marina Perezagua
Prólogo Ray Loriga
Los Libros del Lince
184 páginas | 17, 90 euros
Qué ideas surgirán bajo el agua? ¿Trabaja el cerebro de forma distinta cuando se realiza una inmersión a pulmón y el cuerpo ralentiza las funciones corporales para consumir menos oxígeno? Marina Perezagua (Sevilla, 1978) es una decidida practicante de apnea o buceo libre y después de leer los estremecedores relatos que componen Leche (Los Libros del Lince) cabe pensar que a su autora se le ocurran los cuentos cuando está sumergida. O también pudiera ser que durante ese tiempo, como dice la protagonista del relato “El alga”, a la que Perezagua presta su afición deportiva, su pensamiento ocurra en otro lugar de su cerebro. Desde el principio, el lector se interna en una atmósfera turbadora, huele a cosas reconocidas, pero algo se esconde detrás de la apariencia de las cosas, quizás bajo la alfombra o el polvo de los objetos. Es la literatura de la extrañeza. La narrativa de Marina Perezagua recorre caminos subterráneos y asoma en frases que parecen talladas con cuidado exquisito. Ninguna palabra es gratuita y todo está perfectamente pensado.
Marina Perezagua es un buen ejemplo de autora en la que se intuye el largo recorrido, el lento proceso del trabajo bien hecho, la paciencia de la buena literatura tan ajena a las modas, a las alharacas y las frivolidades. Ya sorprendió con su primer libro de relatos, Criaturas abisales, pero ahora con Leche confirma lo que se adivinaba en esa obra anterior: pocos narradores son capaces de crear un estilo y un mundo propio solo con unos pocos relatos. El lector se adentra en un mundo aparentemente realista, reconocible, simple, cotidiano, pero en cada página van asomando historias inquietantes y tenebrosas. Un mundo tan extravagante como delicado. Una atmósfera que es marca de la casa con apenas unas decenas de relatos.
Marina Perazagua presenta estas nouvelles en las que, bajo una apariencia literaria sin estridencias y un lenguaje de voluntad realista, deconstruye la acción. La autora mutila el relato jugando con sabiduría al desconcierto y desvela historias sorprendentes en dosis tan minúsculas como explosivas. Hay otra clave de su literatura: la destrucción de categorías establecidas al zarandear conceptos sagrados o aparentemente inamovibles como el principio de la familia o de la identidad sexual. Por eso, los relatos de Leche no son inocentes. El lector que se interna en este mundo literario no queda indemne. Son historias de dolor y de salvación como en la casi novela corta “Little boy”, un cuento japonés estremecedor y hermoso. Se va avanzando en los relatos como en un cuerpo desolado. Hay enfermedad y muerte, intuiciones de pesadilla. La vida, en fin. Pero también el consuelo porque se puede hablar de literatura terapéutica que sana por su lucidez. Todo está lleno de dobles, de versiones distintas, de un mundo ajeno a clichés y certezas, que da la vuelta a lo conocido. El último texto, que da título al volumen, es un ejemplo de relato perfecto con un impecable mecanismo narrativo y un sorprendente final en el que otra vez aparece una historia japonesa, como al comienzo del volumen. Una historia brutal, tan despiadada y cruel como hermosa. Ya caracterizó su libro anterior, Criaturas abisales, esa rara habilidad para no terminar de contar las historias, para reservarse información e invitar al lector a que continúe el relato, en un intento virtuoso por que su particular mundo narrativo, lleno de atmósferas inquietantes, siga creciendo en la memoria.