A la luz de la memoria
Sol poniente
Antonio Fontana
XI Premio Málaga de Novela
Fundación José Manuel Lara
195 páginas | 20 euros
Vivo allí donde estuve”, escribe José Manuel Caballero Bonald en un poema arrebatado de nostalgia dichosa. Lo recito casi como un mantra tras pasar la última página de Sol poniente, la última propuesta de Antonio Fontana (Málaga, 1964), con la que el escritor y periodista ha conseguido el Premio Málaga de Novela 2017. Escrita diríase que a fogonazos, cuidadosamente desordenada en torno a una suerte de imágenes que van apareciendo de manera fragmentaria, Sol poniente es una novela tan honesta que abruma; tan grande en su aparente sencillez que desarma, tan despojada de artificios que condensa una profunda verdad literaria.
Dicho todo esto de entrada, como salido a borbotones, ya podemos ocuparnos de los pormenores: Antonio Fontana parece haber volcado toda su personalidad literaria en esta aparente pequeña novela escrita a la luz de la memoria, esa que no necesariamente tiene que corresponder con exactitud al modo en el que ocurrieron los hechos, sino a la memoria íntima y sentimental de su autor y, si me apuran, de toda una generación. El narrador, del que solo leemos una vez el nombre, parece vivir, como dice magistralmente Caballero Bonald, allá donde estuvo: nuestro protagonista es un niño del Sur de España nacido en pleno desarrollismo, un niño que ve la televisión en blanco y negro, que viaja a la playa los domingos en un Seat 1430 sin aire acondicionado, hacinado en el asiento de atrás en medio de tres hermanos y una abuela; un niño que escucha cómo a sus vecinos les zurra un padre autoritario con correa; un niño que cuenta en pesetas y que acude al cementerio, espacio que han quedado hoy vetado al público infantil, demasiado protegido de la crudeza de la vida, como si la infancia solo pudiera desarrollarse en la alegría falaz de un parque temático.
Todas estas imágenes, a modo de pequeñas postales plagadas de ternura, de humor muchas de las veces y de un naturalismo sin concesiones, se suceden en la novela sin más orden que el que parece conceder el azar con el que se aparecen los recuerdos en un sueño. Y sin embargo, todo funciona en un crescendo literario y emocional donde una supuesta banalidad inicial va dando paso a una gravedad vital, a esa conciencia de que “la vida iba en serio” que no es más que ese durísimo trance que supone el abandono de la infancia y la entrada en la vida adulta. Sol poniente comienza embaucando al lector en un universo naíf hasta provocarle un desgarro final que convierte esta novela en un relato fundamental sobre la condición humana y la arquitectura emocional sobre la que construimos nuestras vidas.
Es fundamental para ello, tanto la sensibilidad estilística del autor como los tres grandes pilares narrativos de este libro que son, a la vez, el encuentro de las tres generaciones que marcan la vida del protagonista: la abuela —como un concepto fundamental que ha marcado a toda una generación criada entre personas mayores—, los padres y el nacimiento de un hermano pequeño aquejado de una enigmática enfermedad a los ojos del niño que fue quien nos cuenta su historia. En este viaje por la vida cotidiana de una familia media española a las puertas de un nuevo orden político y social como fue la llegada de la democracia, Antonio Fontana no deja entrever, sin embargo, ninguna ambición documentalista, no escribe a modo de diario, con interés memorialístico, sino se diría que lo que subyace a lo largo de sus páginas es un anhelo estrictamente poético y literario, en un intento de convencernos de que la memoria es la mejor de las ficciones.