La marca de una escritora
La peluca de Franklin
María José Codes
Menoscuarto
304 páginas | 17,50 euros
Madrid, época actual. Un hombre apellidado Vilán, soltero y rentista, que vive solo en un chalé de las afueras, reconstruye la historia de un antepasado suyo, Jaime Gardoqui, que habría viajado con Benjamin Franklin en la travesía que éste hizo de Filadelfia a Nantes, en 1776 a fin de recabar ayuda para la independencia americana. La peluca de Franklin, tercera novela publicada por María José Codes, nos ofrece así dos historias, en apariencia muy distintas entre sí. Por un lado, la aburrida vida cotidiana de un hombre arisco y solitario. Vilán solo tiene una amiga, Miriam, a la que ve muy de tarde en tarde; se escribe con algunas personas a las que no conoce, con quien comparte juegos virtuales; espía a una vecina; detesta el contacto humano hasta tal punto que la noticia de que su mujer de la limpieza ha muerto le provoca alivio. El otro hilo argumental nos presenta a Gardoqui cruzando el Atlántico en el bergantín “Reprisal”, junto con Franklin y una joven llamada Eternity cuya verdadera identidad es un misterio. Pero las diferencias de tiempo y espacio no impiden que ambas historias compartan muchas cosas: voyerismo, espionaje, masturbación, un baúl con documentos, suplantaciones de identidad, padres que no ejercen, hombres pasivos, mujeres con ideales políticos…
La peluca de Franklin me ha parecido una novela interesante, original, desconcertante incluso. No siempre es fácil de leer: tarda en arrancar; algunos de los personajes —Vilán, en particular— no resultan demasiado simpáticos… Gana, sin embargo, a medida que avanza: se despliegan los personajes más interesantes, como Eternity, aparecen sorpresas en la apacible existencia de Vilán, y se perfilan los temas. La peluca de Franklin es una crítica a esos “hombres nuevos sentados frente al ordenador, sin contacto real con nadie, lo más parecido a autómatas” , acompañada de algunas pistas sobre dónde buscar valores alternativos como los del Siglo de las Luces. En la figura de esas intelectuales que fueron Madame Necker, Madame du Châtelet y otras salonnières ilustradas. Y también en el activismo político de Eternity o de su réplica contemporánea, en el personaje de Miriam, que se arriesga a ser violada por acudir en ayuda de un país africano, mientras que Vilán contempla una violación sin pestañear y desde lejos. Y en todo esto: en el protagonismo de los personajes femeninos, en el relieve que se concede a su punto de vista sobre los hombres (muy buena la carta a Franklin de su antigua amante) y sobre la sociedad, en cómo se las muestra viviendo su vida propia: predicadoras, viajeras, artistas… y no en función de ellos. En todo esto, veo la marca de una escritora.