La naturaleza indómita
Los pájaros
Daphne du Maurier
Ilus. Pablo Gallo
Gallo Nero
69 páginas | 18 euros
Parece que ya no somos capaces de medir la extraordinaria capacidad imaginativa de Daphne du Maurier en relatos como Los pájaros. No podemos porque la concentración del miedo en sus imágenes literarias forma parte del subconsciente colectivo. De lo que aparentemente nos acompaña desde que el mundo es mundo. Nos acostumbramos a la excelencia y acabamos sintiendo lo extraordinario como común. Este proceso sería una inversión de lo siniestro: si en el terror clásico las cosas familiares se vuelven extrañas, en la obra de Daphne du Maurier las historias y el estilo extraordinarios, la destreza para descubrir y perfilar momentos de la realidad con el lenguaje, se vuelven familiares, comunes, de toda la vida. En la época de lo efímero, hay que recordar las genealogías de la excelencia, las razones por las que las imágenes permanecen en nuestra retina y nuestro catálogo de horrores: las aves esperan, ahítas de carne de niño, en los matorrales; la cresta blanca de las olas se revela como decenas de miles de gaviotas sobre el mar… La estampa muta, los ciclos de la naturaleza se tuercen, nada es lo que parece. Es peor.
Nat, un hombre débil, inteligente, familiar, observa los pájaros y conoce sus costumbres. Hacer de este hombre el foco del relato denota una envidiable perfidia narrativa: no es fuerte, pero es lúcido y puede sentir el miedo de forma redoblada… Los pensamientos de Nat, su nerviosismo creciente, se proyectan en la aceleración de la prosa: la racionalidad y la necesidad de estar ocupado para no sucumbir a la locura y la muerte, las acciones desencadenadas por el instinto de supervivencia y de protección de los más débiles, se suspenden en el momento previo a una posible destrucción. La crueldad de la autora, su ojo turbio —como el de Highsmith o el de la mejor Agatha Christie—, es absoluta: no vemos al animal atropellado que descansa en paz, sino su desconcierto en medio de la carretera, su pánico antes de ser arrollado por el camión. La familia y la amenaza de los pájaros. El relato podría interpretarse a partir de las claves de un género bélico cuyos tópicos resuenan en cada página: tensa espera, resistencia, combate, asedio, incluso la hipótesis, tan acorde con los mandatos estéticos de la Guerra Fría, de que hayan sido los rusos quienes hayan envenenado a los pájaros… Sin embargo, cualquiera de esas plausibles claves interpretativas es insuficiente, porque el horror extremo de Los pájaros radica en la imposibilidad de encontrar un porqué: no sirve la metáfora bélica que retrata a una indefensa ciudadanía ante la incompetencia gubernamental; ni la metáfora política del horror ante la masa —las hordas y la oclocracia— al estilo de El terror de Arthur Machen o de Metrópolis, película de Fritz Lang con guion de Thea von Harbou; no sirve la metáfora ecológica… No sirve ninguna y a la vez todas funcionan en esta punta del iceberg en cuyo fondo descansa una monumental idea de rencor y de la incomprensión profunda, el desamparo, ante los males que nos pueden destruir. El paisaje domesticado se metamorfosea en naturaleza indómita. Sublimidad destructiva. La precisión del léxico, la concentración de la amenaza en un solo punto —una familia con la que experimentamos empatía instantánea— y la maestría para reactivar los elementos clásicos del género de terror —simbología sexual del ojo, hiperestesia deformante, lo siniestro en lo cotidiano— convierten este cuento en una obra maestra muy bien ilustrada por Pablo Gallo: cadáveres de pajaritos en los que apreciamos la textura del lienzo bajo la pincelada física, densa, cargada de temperatura. La interferencia del cine de Hitchcock también es inevitable. Pero, aunque esperamos la aparición estelar de Tippi Hedren, la glamurosa actriz no hace acto de presencia. Se nos olvida.