La pereza del maestro
La galaxia caníbal
Cynthia Ozick
Trad. Ernesto Montequín Mardulce
280 páginas | 15 euros
Esta magnífica novela habla, como el viejo Unamuno, de amor y pedagogía. Cynthia Ozick cuenta la historia de Joseph Brill, director de una escuela del Medio Oeste, donde los alumnos se forman a través de un método que combina la Historia Sagrada con las materias comunes. Brill sobrevivió al Holocausto y admira las alturas galácticas y espirituales… Sin embargo, en su escuela la vivacidad — en el fondo, estupidez— está sobrevalorada y Brill tendrá que cuestionarse sus principios al conocer a Hester Lilt, filósofa imaginista, cuya hija es una lerda en opinión de las pizpiretas profesoras y los rabinos de la Escuela. Con este argumento, una escritora de portentosos inteligencia y sentido del humor descubre las conexiones entre la mediocridad y la cima, la cima y la nada, USA y la vieja Europa… La galaxia caníbal es la historia de cómo una sociedad “normal” fagocita los sueños —¿sanos?— de un director Brill que no se resiste a ser normalizado. Ozick insinúa que hay asuntos que no son sencillos y, por tanto, no pueden abordarse con sencillez. De este modo, desdice uno de los tópicos pedagógicos más comunes y abre la arriesgada posibilidad de entablar una vivificante lucha intelectiva con el texto literario: Ozick no es para cobardes. Cuando se le ha encontrado el pulso, aparecen las revelaciones de una buena novela de tesis: la tercera persona que enfoca a Brill remite a esa voz autorial que, entre otras cosas, nos sugiere que el triunfo de nuestros peores alumnos es la mezquina prueba de nuestro fracaso.
El amor y la educación, las seducciones, son ejercicios de violencia y, desde esa absoluta falta de ingenuidad, el lector se interroga sobre normalidad y genialidad, pragmatismo y originalidad; así se manifiestan algunos de los defectos de sistemas educativos donde el punto más alto de la jerarquía lo ocupan docentes autoritarios y simplistas, mientras el escalafón más bajo está ocupado por niñas que parecen sordomudas —no oír/no hablar como actos de desobediencia— y corren detrás de otras niñas mandonas. Por debajo del cuero cabelludo de las lerdas bullen epifanías y maravillosos códigos secretos. Para Ozick, los seres excelentes sobreviven con su empecinamiento a la educación; los seres comunes nos plegamos a sus dictados con alegría; y ciertos maestros son incapaces de esperar lo impredecible: “El fraude ocurre cuando el pedagogo se da por vencido demasiado pronto”, dice Hester Lilt, cuyo apellido remite a esas Liliths transgresoras, opuestas a la “ginecocracia”— una feminidad integrada que se empodera falsamente en el cumplimiento de reglas discriminatorias— de las madres de los alumnos de Brill. La pereza del maestro es una ofensa para Ozick que traza un retrato despiadado de profesoras que organizan “debates democráticos” para no cumplir con sus obligaciones. Las galaxias caníbales fagocitan a otras más pequeñas que siguen girando como derviches dentro de la tripa glotona. Esa imagen ilumina el modo de integración del elitismo de la cultura judía en la mediocridad y/o el pop estadounidense. Las metáforas y asociaciones son de Ozick, no mías. Las galaxias caníbales son también una buena metáfora de cómo algunas madres se quedan dentro de sus hijas o de cómo algunas hijas habitan para siempre en la barriga de sus madres. Del que ama y del que es amado, del que enseña y del que aprende. La edición de este libro es una iniciativa estupenda, no solo por su lenguaje singular, sino por proponer la educación como asunto de debate. Ozick reniega del término medio y de la homogeneización en la enseñanza. A la vez ensalza la genialidad del marginado intelectual. Ozick corrige principios democráticos y sus tesis son discutibles. De ahí proviene su excelencia: con una fábula bellísima mete el dedo en nuestras enfermedades sociales sin tratarnos como a imbéciles.