La risa es otro tipo de llanto
Gran Cabaret
David Grossman
Trad. Ana María Bejarano
Lumen
240 páginas | 17,90 euros
David Grossman (Jerusalén, 1954) ha cambiado de registro. Hasta ahora nos tenía acostumbrados a una narrativa marcada por la emotividad, con un registro más bien serio y con un estilo que podríamos tildar de sobrio. Sus dos novelas más famosas, La vida entera (Lumen, 2010) y Más allá del tiempo (Lumen, 2011), abordaban un tema tan delicado como pueda ser la muerte de un hijo en la guerra, y resultó que, mientras escribía la primera, Grossman recibió la noticia de que su propio vástago, que en aquel momento se encontraba realizando el servicio militar obligatorio, había fallecido a consecuencia de un misil de Hezbolá. Aquellas novelas dejaron a sus lectores con el sabor de la derrota en los labios, cuando no con un irrefrenable deseo de llorar y una angustia imposible de extirpar, pero también les ratificaron en la idea de que su autor merecía ese Premio Nobel que todavía se resiste. Y ahora, después de habernos mostrado la inconmensurable belleza que se oculta tras el dolor, reaparece Grossman y nos entrega una novela de un humor explosivo que, si bien nos deja desconcertados al principio, acaba demostrándonos que todos los caminos llevan al mismo destino, es decir, que hay mil formas de contar la vieja tragedia de siempre. Y la risa, cómo no, es una de ellas.
Gran Cabaret nos presenta a un cómico (Dóvaleh) de 57 años que se ha subido a un escenario para ganarse al público. No es un hombre demasiado gracioso, pero sí que es un profesional capaz de darlo todo para captar la atención de los espectadores. Sus chistes son soeces, crueles, aplastantes, hablan de judíos y de palestinos y de muertos, y provocan tantas carcajadas como enfados entre los asistentes. Pero en la platea hay dos personas que van a arrancar la careta a ese monologuista, obligándole a mostrar su auténtico yo. El primero es un amigo de la infancia, alguien que conoce sus orígenes y a quien no puede engañar, y el segundo es una mujer que, habiendo conocido la niñez del artista, le recrimina que ya no sea el buen chico que un día fue. Esta interpelación hará que el cómico se transforme, que se dé cuenta de que no puede vivir eternamente oculto tras el muro del humor, que ha llegado el momento de confesar su verdad. Y es a partir de este punto cuando Gran Cabaret se convierte, en una hermosa reflexión sobre la condición humana y sobre los elementos que la constituyen: la soledad, el miedo, el abandono, la muerte, el dolor…
David Grossman nos ha entregado a los lectores, con esta novela que se alimenta de la autoironía a la que tan acostumbrados nos tienen los creadores judíos, un ejercicio de introspección al recordarnos la necesidad de que, al menos por una vez, nos liberemos de las mentiras que hemos construido a nuestro alrededor, y que hacen que nos hacen comportemos de un modo que no concuerda en nada con nuestros sentimientos. Algo que, como ha insinuado el autor en alguna entrevista, también le ocurre al pueblo israelí, sobre todo en lo tocante al conflicto palestino. Asimismo, el autor nos interpela a que reconozcamos que, en lo más profundo de nuestro ser, habita un dolor que a menudo nos impide incluso respirar. Por tanto, una novela que es como un corazón latiendo sobre una mesa de madera.