La sensibilidad del matarife
Saludos cordiales
Andrea Bajani
Trad. Carlos Gumpert
Siruela
120 páginas | 14,90 euros
Los libros inspirados en los efectos de la crisis económica —la debilitación del estado del bienestar y el enriquecimiento encubierto de estafadores y especuladores— se empezaron a publicar hace ya más de ocho años. Crematorio, por ejemplo, del desaparecido Rafael Chirbes, es de 2007. Y la versión italiana de Saludos cordiales, esta breve novela de Andrea Bajani (Roma, 1975), es de 2005. Sin embargo, ambas gozan de una actualidad intacta: lo que allí se escribe o sugiere remite a un presente rabioso, como dicen ciertos locutores respecto a la actualidad. Esta persistente contigüidad de los argumentos de la desolación económica revela, mejor que cualquier reflexión, la perseverancia de la estafa, por un lado, y la profundidad del desamparo a que fueron condenadas millones de familias, por otro.
Los diez años transcurridos desde que se publicó en Italia Saludos cordiales (el primer libro traducido al español de Bajani) no han amortiguado, sino todo lo contrario, la degradación de las relaciones laborales ni la rutina humillante que ha desarmado a los empleados frente a los empresarios y los organismos todopoderosos que dictan a su antojo, sobre los gobiernos democráticos, la política económica. ¿Cuándo el lacerante y absurdo argumento de la novela de Bajani perderá actualidad? ¿El año que viene? ¿Dentro de tres o de cinco? Nadie lo puede predecir y esa incertidumbre es la misma inseguridad que soporta desde hace una década una clase media apaleada y vuelta a apalear sin compasión.
La novela de Bajani es una parábola sarcástica y surrealista acerca de las relaciones laborales y los comportamientos de las víctimas entre sí. La reducción al absurdo y las conductas disparatadas prueban la irracionalidad que se ha instalado, desde la crisis, en los hábitos cotidianos.
Tras el despido del director de ventas de una empresa, un oscuro y complaciente empleado asume una de las principales responsabilidades de su jefe: Comunicar los despidos mediante unas largas cartas personales que pretenden endulzar los hachazos con perífrasis corteses y frases admirativas: “Hasta hoy mismo, al obligarle a una reclusión forzada entre los muros de esta empresa, le he privado de la posibilidad de disfrutar de ese maravilloso parque de atracciones que el mundo ha montado para los viejos”. O bien: “¡No pierda el tiempo con las estupideces del trabajo! La familia ante todo, Citterio!”. También tendrá que asumir la tutela de los dos hijos pequeños del exdirector después de que, nada más dejar del trabajo, sufra una cirrosis fulminante que le obligue a un recambio urgente y a la desesperada de hígado. La relación que establece con los dos muchachos adquiere hondos aires simbólicos.
La poética de la amabilidad puesta en marcha por la empresa trata de convertir los cierres patronales o las deslocalizaciones en ocasiones felices para agasajar íntimamente a las víctimas. El bien decir como bálsamo para ablandar la maledicencia; la carta larga y ampulosa para disimular la orden terminante. “Os escribo una larga carta porque no tengo tiempo para escribir una breve”, sostiene Voltaire en la cita inicial de la novela. Pero no será la única responsabilidad sobrevenida al empleado tras el despido del ex director de ventas.
La elocuencia alambicada de las cartas es una faena grandilocuente y afarolada para disimular el objetivo último del espectáculo de la corrida: la muerte del toro a estocadas. Así lo explica Ascanio Celestini en una especie de prólogo para españoles, escrito en 2008, que antecede a la novela y que no conviene perderse: “Sensibilidad, empatía, firmeza, consideración hacia sus semejantes, son las cualidades del escritor de cartas de despido, pero su jefe lo llama matarife. Es un torero que oculta la muerte tras sus pasitos de primer bailarín”.