La soledad del lector
Los desayunos del Café Borenes
Luis Mateo Díez
Galaxia Gutenberg
180 páginas | 17, 50 euros
Hay ciertos psicólogos que no saben nada de Literatura, de la capacidad distorsionadora de la palabra escrita, de cómo la mirada transforma lo que observa. La mitología judeocristiana nos cuenta que el mundo iba haciéndose verdad a medida que Dios hablaba. Hágase la luz. Y se hizo. Si Dios hubiese escrito ese mundo; si en vez de la palabra hubiera empleado la escritura, la luz y las aguas y las plantas y los animales serían de otra forma.
Conozco a un escritor que, aquejado de ciertos problemas, acudió a la consulta de un psicólogo y a éste no se le ocurrió mejor terapia que decirle que escribiera lo que le pasaba. No sabía el terapeuta que hay escrituras, escritores, que crean mundos. A los pocos días, el novelista en cuestión se dio cuenta de que estaba construyendo una novela, de que se había convertido en un personaje literario, de que estaba engañando malamente a su médico. Dejó la consulta.
Los desayunos del Café Borenes, el último libro de Luis Mateo Díez, el autor de muchas novelas imprescindibles de los últimos treinta años (La fuente de la edad, Camino de perdición, Fantasmas del invierno, La gloria de los niños, El animal piadoso…) y el inventor de ese mundo desaparecido que es Celama, parece comenzar siendo una reflexión acerca de los actuales derroteros de la novela, sobre lo que la ficción supone para lectores y escritores, del tratamiento que de unos y otros recibe. El protagonista de la primera parte de las dos en que está dividido el libro, Ángel Ganizo, el novelista que se reúne con unos amigos a desayunar en el café que da título al volumen, bien podría ser el propio Díez y hay detalles que así lo confirman. Pero al autor de Las estaciones provinciales le gusta, más que nada, contar la vida y contar es inventar, señores psicólogos. En un pasaje de Los desayunos…, quejándose de la deriva actual de la novelística, uno de los personajes —Lezama, el más vehemente— se lamenta de que “compro una novela y leo un ensayo, un mal ensayo”. Pues bien, acaso Luis Mateo Díez tenía la intención de escribir un ensayo, pero le ha salido, como siempre, como no puede ser de otra forma, una novela en la que es perfectamente reconocible su mundo, una narración que transcurre en una de esas “ciudades de sombra” en las que se desarrollan sus ficciones.
Un escritor se reúne con cuatro amigos en el café Borenes para desayunar. Él no habla mucho, pero nos cuenta las diatribas y opiniones que sus cofrades mantienen acerca de las novelas actuales, los cuarto a espadas que echa el lector que se siente dejado de la mano de Dios. “Abundan las novelas que no son novelas y que están escritas por novelistas que no son novelistas para lectores que no leen”. Triste panorama el que nos pinta Ángel Ganizo, que se ve cada vez más impregnado por una melancolía que rodea al paisaje, a la ciudad y a la vida.
En la segunda parte, titulada “Un callejón de gente desconocida”, en alusión a la frase de Irène Némirovsky que define así la novela, Luis Mateo Díez, en la forma de pequeños artículos, nos introduce en su taller íntimo, en las claves de su escritura hasta alcanzar la maestría que le caracteriza, lo que supone para él ese contar la vida que es su ya larga obra y que, dice, le resulta más gratificante que vivirla.
Los desayunos del Café Borenes reúne todas las peculiaridades de Luis Mateo Díez, el gran contador de ficciones, pero nos introduce la novedad de la reflexión acerca de la Literatura, la voz personal de uno de los grandes en este oficio, que se resiste a dejar solo al lector, al lector exigente que hoy se siente tan maltratado.