La templanza es virtud
La Templanza
María Dueñas
Planeta
540 páginas | 21, 90 euros
Sobre la tercera aventura editorial de María Dueñas, se corre el riesgo de emitir muchos (pre)juicios extraliterarios. Pesan demasiado algunas cifras, con una sucesión de ceros que pertenecen más a suplementos color salmón que al lírico sepia sobre el que se posan los 500.000 ejemplares con los que sale al mercado, el más de millón y medio de lectores que hilvanaron la epopeya editorial que fue El tiempo entre costuras, y otros fenómenos de masas con los que los círculos literarios, la crítica y el lector más exigente mantienen una distancia recelosa.
Sin embargo, La Templanza, que toma su nombre de la viña que el protagonista de la narración se encuentra en el Jerez de la Frontera mejor retratado en la literatura española de las últimas décadas —solo después de Dos días de septiembre, de Caballero Bonald—, es una novela que puede, que debe y que merece ser analizada desde sus exclusivas virtudes novelísticas. María Dueñas crece como escritora, atrapando al lector con los mismos anzuelos y situada en la zona de confort que ha construido en torno a la épica de nuestra historia más reciente, donde aún podemos reconocer los lectores de mediana edad las narraciones familiares transmitidas de forma oral, los viejos secretos de nuestros antepasados y la dureza de una vida que muestra sus últimos vestigios en una generación que no se ha extinguido por completo.
Con el mismo esqueleto, fortalecido ahora por el favor del público, María Dueñas inventa, sin embargo, un cuerpo nuevo. Y da un paso más en la perfección de su estilo, ya personal; de los ritmos y las descripciones, del lenguaje y la construcción de sus personajes. Y lo lleva a cabo con riesgo y ambición. Haciendo pivotar su historia sobre tres geografías —México, Cuba y la Baja Andalucía de mediados del XIX, en tres partes diferenciadas—, ahondando sin miedo en el particularísimo —y vasto— léxico de cada una de ellas (de hecho, las pistas de dónde está siendo situada la acción en cada momento la da muchas veces el lenguaje, en un brillante ejercicio de oficio literario) y haciendo descansar la narración en el rigor histórico y la riqueza documental.
Despojen del término todo lo peyorativo que encuentren en él y descubrirán en La Templanza un excelente folletín, mimetizando la autora su estilo con la ambientación decimonónica del libro: la riqueza de las descripciones, la psicología —y el elevado número— de los personajes. El tono realista y el retrato de la vida cotidiana de la época le ayudan a crear un mundo novelístico coherente y completo. En esta ocasión, centra la acción un personaje masculino —otro de los riesgos que asume Dueñas sin que le pase factura—. Se trata de Mauro Larrea, un indiano que hace fortuna y se arruina con el negocio minero y que inicia una huida hacia adelante, en un viaje geográfico y sentimental por ciudades y mujeres que intercambian virtudes y características, como la resplandeciente Habana del XIX o la cosmopolita Jerez de influencia británica. Presencias en el libro tan femeninas y seductoras como la de Soledad Montalvo, que tarda en aparecer por las páginas de La Templanza, pero que a la postre le sirve a la autora para terminar de dar cochura a su novela mejor cocinada.