La ternura de los boleros
Como si fuera esta noche la última vez
Antonio Ansón
Los Libros del Lince
216 páginas | 17 euros
Si, como sostienen los cómicos, hacer reír es un cometido complicado, inquietar, estremecer, y más con una novela, es un trabajo titánico que requiere una capacidad comunicativa extraordinaria y unas dotes de convicción nada comunes. Los lectores, sobre todos los avezados (y en particular los avisados), nos enfrentamos a los libros con una coraza de por medio, un blindaje fabricado que repele los efectos de cualquier sobreexposición sentimental. Después de leer los clásicos de la literatura amorosa, de la trágica y de la sobrecogedora, en la conciencia atenta del lector se forma una especie de callosidad que lo aísla de las impresiones patéticas de la escritura. Esa dureza, aunque no le ahorra del todo las emociones, le permite moverse por un cómodo pasillo intermedio en el que se deja tentar pero sin perder la noción de que la literatura es, al fin y al cabo, un artificio combinatorio de palabras.
Atravesar esa callosidad y conseguir que el artefacto toque, al menos durante un instante, la fibra donde se desatan las emociones primarias es una tarea extremada y meritoria. La literatura emotiva es además sospechosa. Por romántica, por fácil o por cursi. ¡Por lacrimógena! Dejarse vencer es una claudicación casi vergonzosa propia de nuestras abuelas y no de lectores con conciencia de todo el meticuloso engranaje que sostiene la ficción.
¿Cuándo fue la última vez que nos emocionamos de verdad con una historia? La mía ha sido leyendo Como si fuera esta noche la última vez, de Antonio Ansón (Zaragoza, 1960), una novela que, por si fuera poco, tiene título de bolero y un argumento simplísimo: la discreta peripecia de una mujer común al borde la madurez cuya vida familiar se ve zarandeada por un amor juvenil y por un cáncer. Y ya está. Lo demás, es decir, todo lo necesario para angustiar al lector, para trasladarlo al centro del desasosiego, para secarle la garganta, es literatura.
El andamiaje de la novela también es convencional: un diario que Julia, la protagonista, escribe para los suyos, con el contrapunto, en sordina, de las opiniones de su hijo menor: “Estoy escribiendo para vosotros. Escribo ya desde mi ausencia. Para cuando no esté (…). Escribo para vosotros y para salvarme y para estar aquí con mi voz. Para permanecer un poquito más, el tiempo que vuestra memoria también se desvanezca”. Julia es una mujer dura y no llora casi nunca ni se deja dominar por los amores antiguos, pero su fortaleza no es heroica. Su pundonor es el mismo que el de tantas otras mujeres que afrontan con entereza los altibajos de una existencia cuya consumación, como nadie ignora, es la muerte, es decir, la derrota.
Antonio Ansón —fotógrafo, poeta y ensayista— escribe con una prosa clara no exenta de hallazgos, con un lirismo cohibido y sin concesiones, una melancólica historia de bolero sobre la despedida. No sé si es exagerado decir que el argumento de la muerte le seduce. En una novela anterior, Llamando a las puertas del cielo, recrea, al modo de Edgar Lee Master en su célebre Antología de Spoon River, la transformación de un pueblo (Valcorza, que también aparece aquí) a través de las biografías de los vecinos que van poblando su cementerio. En Como si fuera esta noche… la muerte es también la oportunidad para un ajuste de cuentas cuya trascendencia, como dice Julia, “empieza y acaba conmigo”.
Quizá por eso, por la intimidad que establece sin recurrir a grandilocuencias, por recrear una historia que parece la confidencia de una amiga, consiga rebajar la guardia del lector y rozar ese tejido secreto, casi novelero, donde se refugian la melodía de los boleros.