La zona cero
Feliz final
Isaac Rosa
Seix Barral
344 páginas | 18,50 euros
El amor también tiene su obsolescencia. Su calefacción emocional, su sistema de refrigeración se averían con el tiempo. Las fisuras, la obstrucción, las fugas, el termostato, el carburador o una válvula, se rompen y provocan que el motor deje de funcionar. No existen libros sobre su reparación. Tampoco acerca de cómo solventar el saldo de las piezas que se pueden aprovechar; la manera de llevar a cabo el desguace; el duelo del desamor y de la pérdida; la convivencia con el vacío ni un posible nuevo proyecto. Aunque todas las rupturas se parezcan en las causas aparentes, cada cual requiere su terapeuta y su personal cuaderno de contrición. Quizás para ayudar a quienes las padecen, explorar lo que sucede con la quiebra de amor como empresa o hacer un electrocardiograma emocional de esa edad —cercana a la mitad de la vida donde casi todo cojea al cuadrar las expectativas, los logros, las derrotas y las renuncias— Isaac Rosa ha escrito una novela Bergman donde disecciona la gestión de la felicidad de un matrimonio, con sus ficciones y su desgaste de realidad. Un manual conmovedor para afrontar las discrepancias de la ruptura, los sedimentos del afecto, las posibilidades de reconciliación. Lo hace con su habitual estilo, directo, sin concesiones, realista en la manera de hurgar entre la dureza y la sensibilidad en los mecanismos del miedo, las perversiones del modelo social del trabajo, la crisis de la generación víctima de la crisis económica. Mediante un escarpelo —la literatura epidérmica y prospectiva de su lenguaje— escarba en los poros de las emociones, en la ambigüedad de las dudas y las culpas, el peso de las condiciones vitales y del imaginario de cada uno de los cadáveres a los que les secciona y examina la vida que latió en ellos.
En Feliz final Rosa escoge la fórmula de un relato en disputa confesional entre Ángela y Antonio, padres de dos hijas, en torno al naufragio de su matrimonio y que va reconstruyendo una historia que puede ser la de cualquiera, empezando desde el final protagonizado por la aspereza de la ruptura, con sus reproches, el desencuentro de sus versiones, las mentiras que afloran, el abrigo y frialdad del deseo —el del arraigo de los afectos a favor de suturar y reiniciar, y el del sexo como expresión de la desesperación y del egoísmo—. Sin anestesia, igual que si fuese el cine Dogma 95, sin filtros ni acciones superficiales, nos coloca a la altura del corazón una película que desnuda todos los rincones que existen en el vínculo de cualquier pareja, y en el aprendizaje que requiere la edificación de su estado de bienestar, frente a las adversidades y exigencias materiales y de lo social. Desde lo microscópico a lo panorámico retrata la catarsis de la separación como pérdida de un relato común.
La intensidad de los inicios; las renuncias de la maternidad; los roles de pareja como el que siempre uno suele ser el flotador del otro; las reglas acordadas para seguir adelante; los errores; la infidelidad; el vacío de las necesidades; la incomunicación; la precariedad laboral del freelance; el papel de los amigos como catalizador de lo que se sospecha sobre la propia relación; los hijos; la necesidad de una escalera de incendios; la huella de los momentos felices. Nada se le olvida abrir en canal a Isaac Rosa, utilizando la credibilidad de las situaciones y diálogos sobre el conflicto, la esperanza y el perdón que transmite su pareja Hopper. Solos en el ámbito que comparten y dentro de sí mismos; púgiles a corazón abierto entre sí, sin un manual de instrucciones como el que el autor crea con ellos para mostrarnos la carnalidad y putrefacción del amor, igual que en el medievo hacían las danzas de la muerte. Solo que en este caso, Isaac Rosa consigue que queramos abrazar a sus criaturas, y guardarlas en el interior de su historia como dos hermosas flores secas.