Laberinto de fotos borrosas
Los extraños
Vicente Valero
Periférica
171 páginas | 16,75 euros
Todas las familias tienen sus desaparecidos, sus acostados (los más célebres quizá sean los parientes de Caballero Bonald), sus seres entrevistos en la niebla del tiempo. De ellos escribe un espléndido poeta como Vicente Valero (Ibiza, 1963) que se enfrenta a los enigmas de su estirpe a través de cuatro personajes que adquieren un barniz legendario a través de los testimonios ajenos, de los cuentos que le cuentan, de sus propias indagaciones en las que confluyen la pesquisa y el homenaje, e incluso un toque suave de lo que pudo haber ocurrido. De lo imaginado. Valero escribe: “Ninguna biografía carece de laberintos: entrar en ellos conlleva el peligro de no saber salir […] Una biografía, como la salida de un laberinto, es también, en primer lugar, el inicio de una búsqueda”.
Así compone una narración de cuatro textos que puede leerse como una novela de la memoria. Los personajes que se repiten en cada retrato son sus abuelos, sus propios padres, la obsesiva presencia de la playa y la técnica de exploración incesante de alguien que busca fantasmas, vidas idealizadas. El primer personaje es el teniente Pedro Marí Juan, que quiso ser abogado y acabó de ingeniero militar en diversos puestos de África. En Cabo Juby, donde “ni las almas de los ahogados pasearían por ese lugar tan inhóspito”, coincidió con un joven Antoine de Saint-Exúpery, que iniciaba su escritura. Se enamoró de Nieves y se casaron pero la fatalidad se instaló entre ambos; quizá por ello, su esposa siempre tuvo aversión a las imágenes y de él no quedan fotos. Era un personaje muy curioso que, recuerda el autor, compartió aula con José Ortiz Echagüe, piloto de globo y pionero de la aerofotografía, y con Alfredo Kindelán, “primer español en pilotar un digerible”.
El extraño forja laberintos, parece creer Vicente Valero. De la vida del tío Alberto se sabía muy poco. Fue un inadaptado y desapareció casi de manera inesperada. Regresa a la isla con las maletas del viajero. Fue ajedrecista, fascinado por el polaco Miguel Najdorf, a quien siguió por medio mundo. Era su discípulo más amado. Tanto que cuando Bobby Fischer visitó Mallorca en 1970, Miguel Najdorf mandó unas crónicas para un periódico argentino en las que citaba al tío Alberto dos veces. Se casó con Monique y, al parecer, no hizo otra cosa que jugar al ajedrez alrededor del mundo.
Carlos Cervera es otro enigma. Se dedicó al cante y al baile, y formó la pareja Angelito y Primavera que tenía alguna semejanza con Raquel Meller. También acompañó a Antonia Mercé, ‘la Argentinita’, y en él confluye una suerte de maldición isleña. El último personaje es Ramón Chico, un militar republicano que colaboró con Negrín, interesado por la filosofía y la teosofía, especialmente por la figura de Mario Roso de Luna. Acabó en el exilio y comparte con los demás una cierta idea de fracaso, de derrota, y esa condición de fantasma que regresa.