Las trampas del afecto
Un debut en la vida
Anita Brookner
Prólogo de Julian Barnes
Trad. C. Martínez Muñoz
Libros del Asteroide
232 páginas | 18,95 euros
A sus cuarenta años, la doctora Weiss comprendió que la literatura le había destrozado la vida”. Abro el libro de Anita Brookner y pienso que voy a encontrar una narración metaliteraria con una pizca de sarcasmo intelectual británico. Todo suavemente esdrújulo. Un repaso cruel contra la pose con la que los letraheridos abordan textos que pueden acabar con la felicidad de cualquiera. Voy a leer con ese punto de empatía que nos proporciona la confortable idea de sentirse “superior”, elegido o maldito por el hechizo de la palabra. El prólogo de Julian Barnes, una necrológica de Brookner, tiene esa elegancia del escritor para construir personajes fascinantes en sus rutinas y rarezas. En las dos cosas a la vez. Brookner, en su papel de mujer sola que mantiene las distancias con sus amistades, es un personaje tan singular como los protagonistas de Un debut en la vida. Yo me habría tomado un café con ella, pero no sé si ella se lo habría tomado conmigo.
Esta no es solo la historia de una joven que estudia vicio y virtud en la obra de Balzac para reconocer en su propia existencia un relato pretérito, Eugenia Grandet: esta novela nos paraliza el corazón mientras nos ayuda a palpar con los dedos los nexos subyugantes entre una hija y sus progenitores; unos nexos que mutan en función del afecto que los padres se profesan, de su inmadurez, sus vanidades, adicciones y su inmensa capacidad para mirarse el ombligo: nada de eso constituye en estas páginas una razón para el reproche, sino que forma parte del encanto de la pareja. La hija lucha por ser convencional en un hábitat excéntrico. Se busca sin odiar: su modo de construirse en contra no tiene nada que ver con el desamor. Los vínculos se contraen y solidifican como las venas en la mano de una persona anciana y se hacen apremiantes cuando llega la decrepitud y las preguntas se multiplican: ante unos padres carismáticos pero débiles, ¿cuándo alcanzan los hijos su minuto de independencia?, ¿ese desgajamiento es imprescindible y bello, o lo maravilloso es quedarse pegado para siempre a las habitaciones llenas de humo y conversación frívola donde Ruth Weiss crece? Junto a los tres protagonistas —Ruth, Hellen, la madre actriz en horas bajas, y George, el padre que se mueve entre la devoción y el egoísmo—, la señora Cutler es una empleada del hogar que acaba regentado una residencia de ancianos: su oficio no es casual en un texto que indaga en el espinoso asunto de quién nos asiste y en el hecho de que hay personas que siempre necesitan ser cuidadas. Aquí no se las juzga, pero su manera de estar en la vida reescribe el significado de los verbos “cuidar” y “cuidarse”. De qué significa ser garrapata o perro lazarillo. La señora Cutler y los padres de Ruth crean lazos de dependencia que exceden la relación empleada/empleadores. Donde hay confianza da asco y la casa es un lodazal. Los contrapuntos higiene/suciedad-orden/caos vertebran la obra.
Brookner despliega una destreza literaria sobresaliente para construir personajes y atmósferas, momentos de una extrema delicadeza dramática, diálogos divertidos, situaciones absurdas que destilan verdad por los cuatro costados en torno a la mezquindad y el desprendimiento del amor. El estilo es sobrio y se caracteriza por la atención al detalle sin amaneramiento: un cuello sucio de maquillaje, un “cariño” susurrado y, después, nada… Parece que a la doctora Weiss los libros no le han destrozado la vida, sino que le han ayudado a sensibilizar su recuerdo. Tal vez lo que le asusta es reconocer que su historia ya estaba escrita. No es que no se pueda escribir un libro original: es que ya ni siquiera se puede vivir una vida que lo sea.