Literatura de cristal
Colegiala
Osamu Dazai
Trad. Ryoko Shiba y Juan Fandiño
Impedimenta
272 páginas | 19, 95 euros
No exagero si les digo que Colegiala de Osamu Dazai ha sido una de las lecturas más gozosas que he realizado en lo que va de año. Entre estos relatos de crecimiento, transformación y búsqueda de la identidad femenina destaca el que da título al volumen. Escribe su narradora, una colegiala con una flor bordada en la ropa interior: “La belleza pura siempre carece de sentido y de moral […] Por eso me gusta tanto el rococó”. La boca de la colegiala pronuncia el anti-axioma estético de Dazai que se concentra en soledades dibujadas por la presión que se ejerce con la punta de un alfiler. Otros cuentos incluyen imágenes que transmiten sentimientos preciosos: en “El árbol de cerezo y el silbido mágico” un amor familiar de “no decir, pero saber”, lejos de toda hipocresía, es una hermosa faceta del pudor. También hay relatos en torno a las vocaciones y el mundo artístico y literario: “Chiyojo” plantea los peligros de la precocidad y la corrupción del talento por el interés ajeno, y advierte de que es más habitual ser una malograda que un malogrado. Por su parte, “Vergüenza” aborda esa propensión de los lectores —de las lectoras— a creer que todos los libros hablan de ellos —y de ellas— y que todo lo que nos descubren los autores sobre su manera de ser y de vivir es verdad. Dazai es tan cruel consigo mismo como sus narradoras al apuntalar el mito hiriente de los artistas impostores: así lo relata la voz de bolero de la esposa de un pintor en “Un grillo”. Por último, Dazai escribe historias sobre el trauma de la guerra —“Una señora encantadora”, “Ocho de diciembre”: allí afloran los mejores y peores sentimientos de un país al principio estúpido en su ignorante triunfalismo y, más tarde, devastado.
La mirada y la voz de distintas mujeres conceden unidad a Colegiala. Casi todas las narradoras dicen de sí mismas que son feas aunque a ratos “estén guapas”. El lector no sabe si debe ser crédulo porque los cuentos están recorridos por un sistema venoso cuya savia se compone de hipersensibilidad e inseguridad como emociones asociadas a una supuesta condición femenina. También forma parte de esa savia la convicción de que, más allá de parafinadas ternuras, el amor sirve. Está. Agridulcemente. Al margen de una cultura donde vergüenza y lástima definen una aproximación japonesa al acto de vivir, Dazai cataloga, en estos cuentos, delicadas y exquisitas emociones que formarían parte de una sensibilidad femenina universal. La narradora de “Piel y corazón”, víctima de una horrenda erupción, dice: “Era fea, estaba asquerosa, tenía veintiocho años y no podía parar de llorar. Incluso se me cayó la baba”. Ese tono de baja autoestima alimenta tanto los relatos que optan por el recato lírico y la seriedad, como los que se mueven en el terreno de la hipérbole cómica, de una tendencia a la exageración que quizá conecte con aquel pensamiento misógino de Nietzsche respecto a que no existe un dolor más agudo que el experimentado por una jovencita occidental económicamente acomodada.
La perspectiva de Dazai no es misógina: refleja una empatía y una capacidad de observación que avalan su apelativo del Dostoievski japonés. Su colegiala ofrece la visión de mujeres conscientes de unas innatas suciedades que hay que eliminar del organismo, sudando una maldad que siempre es menor de lo que nosotras mismas creemos: en Colegiala se construye la vulnerabilidad de esa mujer que siente su inteligencia como pecado y no sabe la fascinación que provoca en quienes la observan con la debida atención. Por eso, la literatura de Dazai es hipersensible: una literatura de cristal en la que algo puede romperse en cualquier momento. Y cortarnos con uno de sus filos.
Y hacernos sangre.