Los veranos de Pandora
El turista perpetuo
Harkaitz Cano
Seix Barral
240 páginas | 18,50 euros
En verano todo se vuelve más ancho: el cielo, el mar, el aire,los sentidos con los labios entornados, y también las coordenadas entre las que se desarrollan las relaciones, y cada uno escapa en busca de una franquicia del paraíso. En este marco de sensualidad, de atmósferas y de promesas de felicidad suceden los relatos de El turista perpetuo en los que de fondo se escucha el oleaje que rompe la arena, el rumor verde de la naturaleza, el silbido amarillo del desierto, el susurro en fuga de los ríos, el rasgado azul hockney de las piscinas atenuando los ruidos que estallan en sus catorce historias desenvueltas entre una satírica ironía contenida y la buena gestión de un suspense agazapado entre líneas. El padre de un ciclista vasco que conquista su primera cima del Tour entre la celebración de una barbacoa y el orgullo erguido de la vergüenza; la joven enamorada de un pijoaparte de la piscina; los amigos de un safari para colgar en la pared de la casa la cabeza de un animal con el que jamás se ha cruzado una mirada; las gemelas separadas por su relación con ETA y la equidistancia de sus vacíos sin resolver; la ninfa en bikini de una postal soñada; la pasión marsellesa de una pareja; el problema de identidad de un turista en Suecia, los jóvenes de una fiesta a ciegas; los pasajeros de un avión secuestrado de los que escuchamos su consciencia colectiva; y los protagonistas de un triángulo amoroso alrededor del arte. Todos los protagonistas de los relatos a los que, cuando menos lo esperan, la temperatura de las circunstancias los obliga a mudar de piel, igual que las serpientes. La metamorfosis que los empuja a decidir entre mantener la compostura, atreverse a nadar en aguas profundas o rendirse a la visibilidad y significados de los silencios y gestos que los separan y enturbian los afectos, la pérdida de la inocencia y el conflicto permanente entre ideales, exigencias, miedo y realidad.
No desnuda del todo a sus personajes Harkaitz Cano. Tampoco los juzga. Echa mano de la humanidad cervantina y de la crudeza subterránea de Carver y coloca sus vidas con un pie en aguas morales y el otro en tierra firme cuando en cada pieza abre la caja de Pandora como si fuese una caja de cromos. Pasado, presente y futuro a los que darles la vuelta en un ejercicio de intimidad y de afecto, de pulso entre poder y riesgo, que afecta a la amistad, al amor, a la familia, a la fecha de caducidad de cada sueño con un reverso inquietante o turbio. Un envite y un desenlace que deja a sus personajes, luminosos y con ecos cinematográficos de El nadador de Cheever y de Buenos días, tristeza de Preminger, vascos en muchos casos y creíbles en su carnalidad narrativa, pendientes de su reflejo en el espejo de septiembre, después de los veranos pop con fulgor de drama.