Madres en libertad
La piedra de moler
Margaret Drabble
Trad. Pilar Vázquez
Alba
264 páginas | 19 euros
En La piedra de moler el embarazo es un castigo, pero no del pecado de la carne, sino de las inhibiciones previas, de la vivencia negativa de una sexualidad perezosa por parte de Rosamund que es la que quizá la lleva a sentirse atraída por un hombre ambiguo o a salir con dos chicos a la vez para no comprometerse con ninguno. Drabble da cuenta del nacimiento de un nuevo decálogo moral tan pesado, en tanto que decálogo, como cualquier otro: el de la liberación sexual de los sesenta, un decálogo agotador que años después propicia un retorno al puritanismo. Pero, por debajo de esta anécdota, Drabble expresa la imposibilidad de romper ciertos lazos, la conveniencia de ser dependientes hasta cierto punto y las bondades de una educación socialista que, aparentemente, se encarga de ridiculizar a lo largo de páginas pulcras y amenas. Ahí es donde se identifica esa parresia original sobre la que se sustenta la narración. Se trata de sentirse parte de una comunidad y de transmitir unos principios por mucho que el elogio se tiña de distanciamiento y de cierta propensión elitista a ver el lado malo de lo popular que a menudo define a esas familias cultas y/o adineradas que hacen suyos los principios y la moral del socialismo. Son excelentes las páginas en las que Rosamund relata sus experiencias en la seguridad social: frente al hacinamiento o la imposibilidad de las madres de visitar a sus hijos convalecientes prevalece el sentido de la eficacia, la utilidad y la admiración por el trabajo bien hecho.
La voz de Rosamund oscila entre la cobardía y la confianza propia de las mujeres que pretenden emanciparse y su decisión de no abortar ni estigmatiza el aborto ni la práctica del sexo libre. La voz de Rosamund es tan incisiva como respetuosa, y coloca a intérpretes y críticos sobre la delgada línea carmín de una ñoñería en la que la autora de La piedra de moler no incurre nunca. Por el contrario, recorren la novela toques de exquisita inteligencia y de finísimo humor negro: una legión de estudiantes de medicina presencia la primera revisión ginecológica de Rosamund; ya de parto, la narradora escucha las historias de muerte de otras parturientas; la educación socialista no funciona igual para todos los cachorros y la hermana de Rosamund ahuyenta, como si fuera un perro, a una niña, hija de un obrero, para que no juegue con sus hijos; Lydia, una amiga, relata su propio aborto: el doctor se niega a practicárselo y, al salir de la consulta, Lydia es atropellada por un autobús. Rosamund ha aprendido muchas cosas y nosotros con ella. Tal vez una de las más importantes sea que “Si pidiera más favores, la gente me parecería más amable”. Una hipótesis tan sabia y reconocible, que asusta.