Máscaras al desnudo
Farándula
Marta Sanz
Premio Herralde
Anagrama
240 páginas | 17, 90 euros
El teatro es el espejo antipático de la sociedad. Refleja todo lo que incomoda y se maquilla. Las represiones, las fantasías, las negociaciones y consensos que nos conforman. De manera explícita o metafórica, con intenciones pedagógicas o decididamente críticas, el teatro es una forma de rebeldía contra el mundo que lo rodea. Hay veces en las que la novela también representa esas tablas sobre las que se narran historias para desnudar al lector frente a sí mismo y frente a la sociedad. Es el caso de Farándula. Un satírico y vivaz relato, entre Billy Wilder y Robert Altman, que aborda el desprestigio de la cultura, el éxito y el fracaso, la función social del arte y la forma de representarnos en el escenario de la realidad y de lo social. El oficio de actor es exigente. La vocación y la suerte, la precariedad y el glamour, la conciencia y los intereses, se entremezclan continuamente sin dejar de mancillarse en un ecosistema de vanidades, supervivencia y mercado. Lo mismo que sucede en la vida de quienes no recogen Goyas ni firman contratos en realitys de TV ni padecen conflictos morales ni se oponen a ganarse a taquilla la dignidad. Criaturas imperfectas y mortales. Así trata Marta Sanz a sus personajes ilustres en una intensa función en la que la polifonía de Ana Urrutia, Daniel Valls, Valeria Falcón, Natalia de Miguel y de Lorenzo Lucas confluyen al final en una sola voz más contundente y dramática que se despoja de todas las máscaras e ilumina las sombras y las certezas con las que cada personaje se compone como actor.
Se inicia Farándula con un apoteósico plano secuencia de las polaroids cerebrales de una actriz, inmersa en un instante de peligro accidental. Su poliédrica mirada permite al lector contemplar los ruidos y las formas de la vida cotidiana, la crisis de una sociedad devaluada y la catarsis emocional de una mujer eyerliner. Su mirada, su voz, es un detonante de ecos que se suceden en las voces de otras actrices, de otros actores. El elegido por los dioses y una rica francesa, la principiante mona que todo lo enamora, la vieja dama a lo Garbo, la intérprete intelectual, el matrimonio político, el director que busca reinventarse. Titanes, bufones, divas, coristas y gafapastas. Amigos y personajes de un jocoso y ácido folletín que reúne los mejores amores, los odios más sofisticados. La actitud y la aptitud para la metamorfosis. No solo hay ópticas por todas partes y necesidad de espectáculo a través de la beneficencia y de los manifiestos. También hay espejos en los que se quiebra el reflejo de la fama y del compromiso, la precariedad del trabajo y la cotización del respeto, el descrédito político y el del marketing con el que a veces la izquierda se defiende de sus propias tinieblas.
Patas arriba y patas abajo, coloca Marta Sanz a sus comediantes. Nada deja por sacudir. La purpurina, el polvo de estrellas, la filantropía, la indomabilidad, la Casa del actor, el recorte de subvenciones, la indigencia y el ostracismo de los grandes secundarios del cine español. Juega incluso a nombrar de frente la derrota y la ternura: Gracita Morales, Rafaela Aparicio, y a proponerle al lector la intuición de los nombres que parodia u homenajea: Javier Bardem, Angelina Jolie, Kirk Douglas imponiendo en los títulos de crédito al perseguido Dalton Trumbo. Es fácil ser Espartaco. Lo difícil es ser héroe en tiempos de paz. Escribir para explosionar.
No hay respiro para el lector, expectante en este valleinclanesco ensayo (brillante Marta) de la versión teatral de la Eva al desnudo de Mankiewicz con un final en el que no hay un beso de perfil y cae el telón sobre la melancolía del teatro y la soledad sin antifaz.