Mujeres en la frontera
Una noche en el paraíso
Lucia Berlin
Trad. Eugenia Vázquez Nacarino
Alfaguara
280 páginas | 19,90 euros
Una desafiante rosa roja que nunca dejó de cruzar las carreteras secundarias de una felicidad con resaca. Lo hizo acompañada por libros de Thomas Hardy, una botella de Jim Beam o una petaca de Jack Daniel’s, y de cada viaje junto a un corazón equivocado un hijo al que cantarle Red River Valley, o dormirle los miedos con un cuento junto a la cama. Así era Lucia Berlin, según la recuerda su hijo Mark, y también las antiheroínas a través de las que se retrata. Igual que si cada una fuese una colección de su existencia a contrapelo del destino, a lo largo de las escénicas y vividas historias de este libro que va creciendo por poblaciones mineras de Idaho y de Kentucky, por el Santiago de Chile de su adolescencia y sus matrimonios intensos y fragmentados en México, en Nueva York o California. Cuentos en los márgenes del paraíso que son un espejo de casas de familias perdedoras en los que se reflejan mujeres Berlin, luchadoras en su feminidad y como madres, que plantan sauces contra las ausencias maritales, el amor con los pétalos secos y el dolor de la rutina a la que es casi imposible darle la vuelta. Cada una de ellas expresa con un lenguaje sencillo su ternura seca a flor de piel y la verosimilitud de tener cicatrices que forman parte del vestuario existencial y psicológico con el que ellas —criaturas entre la ficción, los ecos de la escritora y retales con las que Lucia Berlin compartió circunstancias hostiles, risas de complicidad y picnic en cualquier parte donde soñar girasoles de Van Gogh— buscan salir adelante con sus hijos, a veces bebés, todos recién abandonados, siendo trabajadoras de la limpieza o enfermeras, enamoradas platónicamente de un músico de jazz o evocando un instante de locura y de baile en una playa como un desnudo de Renoir.
Las mujeres Berlin suelen llamarse Bessie, Claire, María, Sara o Maggie, y se sueñan jóvenes solteras, periodistas y viviendo en un piso sin ascensor de Manhattan; están convencidas de que por la mañana todo será distinto, después del placer consumado con deseo; piensan que la muerte no puede cobrarse el trofeo de un torero malherido cubierto en su drama por una lluvia de claveles. Otras rezan para que la Virgen se lleve al marido que las asfixia y puedan nadar bajo el sol, incluso se condenan a sí mismas sin una coartada para el crimen de una amiga maltratada. Temibles y hermosos estos dos cuentos, “Guardas de nuestras hermanas” y “Luna nueva”, plásticos en la mirada y líricos en la amarga humanidad de su metáfora sobre la liberación que se experimenta con la muerte. Lo mismo de preciosismo y encantamiento tiene el de la mujer que se pierde dentro del museo del Louvre, durante unas vacaciones en Paris —el cuento más feliz del libro—. Hay otras piezas doradas y esféricas en su perfección que explotan como una burbuja de champán, son el caso de “Polvo al polvo” y de “Una noche en el paraíso”, las más divertidas en su trama, donde Berlin juega a crear espejismos en el hotel Océano de Puerto Vallarta durante el rodaje de La noche de la iguana con Huston emborrachándose con mezcal clandestino en compañía de Burton y Liz Taylor, ante la mirada de los camellos, el barman y su mujer india. No faltan golpes bajos cuando es autobiográfico su relato de amor con el músico, amigo de su marido, con el que se escapa a México y en mitad de la ilusión, en la que sus hijos juegan a piratas, descubre que es toxicómano. Historias en las que de fondo suenan Sonny Rollins, Cielito lindo, la voz de Buddy Holly, la bossa nova de Astrud Gilberto o el saxo de Charlie Parker. Y por encima, la atmósfera acogedora de un lenguaje sensible que poetiza la corriente y emociona lo que desnuda con la naturalidad, el coraje y la resistencia de quien ama la vida de cada día.