Mundo perverso
Entre malvados
Miguel Ángel Muñoz
Páginas de Espuma
152 páginas | 15 euros
Los escritores utilizan diversos medios para orientar al lector en el sentido de su libro. El título es el más inmediato. Igual pasa con las citas de otros autores que anteceden al texto. Miguel Ángel Muñoz pone a su obra un título escueto, Entre malvados, que anuncia con precisión su contenido: gente dañina en cada uno de los diez cuentos recopilados. Y acto seguido coloca una cita inapelable del jesuita dieciochesco Hervás y Panduro: “Es mejor el hombre criado entre las fieras que el que se crió entre malvados”. Como si le urgiera al autor dejar bien claro semejante axioma, el primer texto, “Somos los malvados”, dice que los niños son violentos con los niños y que, cuando se hacen mayores, no reconocen la antigua maldad ni guardan sentimiento de culpa. El protagonista adopta un tono imprecatorio, mientras sirve en plato frío una refinada venganza contra quien le acosó en la infancia. No existe la inocencia, proclama, además. El léxico del resto de las piezas confirma lo que puede tomarse por una declaración de principios. Una pequeña recopilación de voces reiteradas trae a los ojos las palabras rabia, ira, envidia, maldad, venganza, que hacen pareja con enemistad o carnaval de sangre.
Lo perverso de la condición humana y del mundo presiden la totalidad de las narraciones (un par de ellas, microrrelatos). Su variedad de situaciones funciona como un bestiario ilustrado de la violencia, la maldad y la impasible capacidad humana de causar daño. El shock postraumático hace revivir a un periodista el cautiverio en Alepo, en poder de los yihadistas, y la parafernalia del terror que conocemos por brutales imágenes. Un niño hace el sarcástico aprendizaje de adulto ante la televisión. Un policía interroga a un chaval, presunto raptor de una chica. Un par de piezas han surgido del atentado del 11M, según aclara el autor, y hablan del dolor y del absurdo de la matanza. Estos casos singulares se entrelazan, en una ocasión, en “Los hijos de Manson”, en cuatro secuencias distintas para mostrar la progenie de la barbarie. La locura que inspiró el conocido asesinato multitudinario al fanático Charles Manson se proyecta en otros personajes, en un asesino en serie, en un caníbal mexicano (¿reales o imaginarios?), en Rousseau y en Arthur Miller. Muñoz refuta la filantropía del filósofo mostrando el fariseo canalla que fue, e idéntica medicina aplica al dramaturgo.
Hoy el cuento tiende, de forma extendida, a insinuar y sugerir más que a explicitar. Miguel Ángel Muñoz hace al revés. Sus piezas hablan con claridad y son tan argumentales que varias contienen la almendra de una novela breve y piden más dilatado desarrollo. Este rasgo le confiere un lugar propio, a contracorriente, entre nuestros cuentistas, pero no por capricho o porque rehúse inscribirse en la onda posmoderna sino porque una historia contundente le viene muy bien a la dura sustancia moral de su escritura.