Nadie es inocente
Donde los escorpiones
Lorenzo Silva
Destino
352 páginas | 19 euros
Los guardias civiles Bevilacqua y Chamorro amplían horizontes. En todos los sentidos. El subteniente ya ha dejado atrás el meridiano de los 50 y se encuentra en esa tierra de nadie en la que hay más pasado que futuro. Un momento vital en el que viene bien un trallazo de adrenalina que le ponga las castañas en el fuego. Y la salida llega caída del cielo afgano, allí donde aguardan 40 días de viento y temperaturas que ponen a hervir la sangre. Donde los escorpiones se sale de las casillas que Lorenzo Silva había marcado en sus anteriores entregas de Bevilacqua y arroja sobre los ingredientes del género policiaco un manto bélico que no solo sirve para colocar a sus personajes en territorio abiertamente hostil sino que le permite colarse en escenarios militares donde la vida se transpira de otra manera. Y el resultado no solo permite a Silva abrir nuevas vías de escape para sus tramas, también le obliga a dar un paso al frente como narrador y aventurarse por tierras inhóspitas poco transitadas por los narradores españoles.
Su Bevilacqua (esta vez uniformado) es un “verso suelto” al que mandan a un “fregado escabroso” en una base de Afganistán: hay una muerte sin resolver, la de un hombre al que gustaban las “fricciones” y los líos de faldas. O sea, que puede ser un suicidio o un asesinato. Y hay que encontrar la verdad, que, como decía Stendhal, está en los detalles. Y el diablo también. Antes del chute de adrenalina que supone para Bevilacqua la peliaguda misión le esperan otro tipo de pequeños desafíos personales que van perfilando su presente. Por ejemplo, la despedida de las personas que realmente le llorarían si le pasara algo (su madre, su hijo y su pareja), con las que mantiene esas conversaciones marca de la casa en las que Silva refleja magistralmente el carácter esquivo del protagonista (un lobo solitario que elige muy bien a quién puede acariciarle sin miedo) en sus relaciones más íntimas, aunque también cargadas de sentimientos que pugnan por salir. Emparentada con la novela breve Música para feos en la que Silva ya orquestaba el avispero de Afganistán al fondo del lienzo, Donde los escorpiones pica donde más duele y sus páginas están cargadas de nostalgia, dolores sin cicatrizar, engaños que huelen a resignación, destinos calcinados. Véase el encuentro con la viuda del fallecido, que deberá fingir llanto con el alma seca. O incluso esa cena con los padres de su inseparable Chamorro, en la que se pueden leer entre líneas muchas cosas que nunca se expresan de viva voz.
“Lo justo no es otra cosa que lo útil para el más fuerte”. Con ese planteamiento como mal de fondo, Donde los escorpiones hace suyo el consejo de Mad Men que a su vez asumió Bevilacqua como filosofía vital: “Ve hacia delante”. La novela no pierde el tiempo y se mete en las líneas enemigas dejando atrás soledades desesperadas y acuerdos de “socorros mutuos”. Una vez en Afganistán, el círculo de la intriga se cierra en torno a un espacio claustrofóbico donde el olfato del subteniente se debe aclimatar a un clima y unos personajes que no le son familiares. Y en ese volcán adormecido donde laten pasiones amartilladas y secretos blindados, la novela se mete en terrenos minados que la madurez como narrador de Silva cruza con creciente arrojo, fraguando un desenlace en el que la sorpresa no es tan importante como la intensidad de emociones que escoltan a las certezas. Como siempre, Silva y su personaje evitan las condenas y se apuntan a la duda permanente a la hora de colgar etiquetas sobre víctimas y verdugos. Porque “todos somos culpables” y nadie es normal. De ahí que el Quijote Bevilacqua aún tenga muchos molinos por delante.