Negociar la vida
La vida negociable
Luis Landero
Tusquets
336 páginas | 19 euros
Era imposible que faltara la palabra «afán» en La vida negociable. Hallarla en la obra de Luis Landero es inevitable. Este término se encuentra desde su opera prima, Juegos de la edad tardía, en todas sus novelas, y si no el término, sí el concepto que expresa, un significado cercano a la suma de las dos primeras acepciones de la RAE (“esfuerzo o empeños grandes” y “deseo intenso o aspiración a algo”) pero al que añade una peculiar matización semántica. Algo así como buscar un sentido de la vida que eche un plus de ilusión a la existencia y la redima de sus connaturales frustraciones. Se trata de la ensoñación humana, más melancólica que beligerante, de disfrutar de algún consuelo o refugio en un mundo hostil. En torno a esta idea-fuerza ha ido elaborando Landero el conjunto de su escritura, lo cual la convierte en una de las más homogéneas de la narrativa española de los últimos decenios.
La utopía señalada reaparece en La vida negociable con la suficiente novedad como para adentrarnos en una lectura inédita del leitmotiv capital del autor. Landero nos presenta la historia como el relato de maduración de su protagonista, Hugo, que irrumpe en la primera línea dirigiéndose a un auditorio (“Señores y amigos”, pónganse cómodos para escuchar “lo que voy a contarles”) como un antiguo juglar. Lo que va a referir son las presuntas proezas con las que se ha labrado un futuro en desigual contienda con el destino. Pero el juglar pronto evoca otra figura clásica, el pícaro que desgrana la ristra de fatalidades que le han marcado desde el doloroso engaño de la infancia. Su trayectoria vital emula no al templado Lazarillo sino al falsario don Pablos: en una variante del antihéroe quevedesco, Hugo querrá mudar fortuna cambiando de oficio. Ni que decir tiene que el empeño resultará baldío. Llegar a esta conclusión, anidada en el pesimismo barroco del contraste entre apariencias y realidad, se sostiene en un imaginativo repertorio de situaciones. La fértil imaginación de Landero convierte un tipo esquemático, un culo de mal asiento, se diría vulgarmente, en actor de un dilatado repertorio de afanes cuya última meta es la humanísima pretensión de alcanzar la felicidad; no una felicidad redonda, sino algo parecido a una paz interior que sirva de cobijo ante una realidad siempre adversa y frustrante. Lo cual requiere poner en práctica la lección paterna y tesis engañosa del título: la vida es negociable, y hay que saberla negociar. Inútil recomendación a la vista de los precarios resultados que obtiene el protagonista.
El recorrido vital del quijotesco Hugo da pie a una novela de aprendizaje donde se constata un muestrario de elementos chequeados por la experiencia que permiten alcanzar la madurez: el amor, el sexo (con un relieve raro en el autor), la mentira, el engaño, las incertidumbres morales, la soledad o los retos materiales. Si el planteamiento general no ofrece demasiada sorpresa, sí que el modo de materializarlo manifiesta una gran personalidad. Aunque pintoresco, el curriculum vitae de Hugo está colmado de intensa emocionalidad, de palpitante verdad humana. Y las originales anécdotas, divertidas y tristes, extrañas y como extemporáneas, que lo alimentan conjugan una personalísima mezcla de verismo y guiñol.
El Hugo extravagante, fantaseador y lúcido termina asumiendo un pacto con la vida que supone la claudicación del hombre combativo, vencido por fuerzas externas superiores a él y resignado a la mediocridad pequeño burguesa. En esta excelente fábula moral Landero compone una cruda alegoría de la condición humana, más amarga en la presente ocasión que en otras anteriores.