Once onzas de zurda
Cuarteto de cuerdas
Javier Ors
Berenice
256 páginas | 19,95 euros
El boxeo siempre ha tenido pegada literaria. Un swing capaz de atrapar entre las cuerdas de la historia a un lector adicto a la dureza de los perdedores, a la poesía en blanco y en negro de un oficio que huele a supervivencia y a linimento, y cuyas figuras suelen enmarcarse en la pared de un garito de copas, en el primer piso sobre un garaje o en uno de esos clubs en los que siempre hay sombras compitiendo contra sí mismas de perfil esquivo al espejo. El boxeo tiene nudo, clímax y desenlace. También un relato amargo a pie de página, esa otra lona en la que solo se narra lo que se olvida, lo que dejó de existir contra la derrota de la vida o del combate. Lo sabe muy bien Javier Ors, un periodista con razón suficiente —su padre Miguel Ors fue cronista de deportes y pugilatos— para escoger el boxeo como forja del lenguaje literario y de esas atmósferas donde el tempus se ralentiza, se transforma en el relámpago de una foto que parece la zurda de un disparo, se baila con los labios a ritmo de blues de trompeta o se quiebra por el golpe seco de un fogonazo de pólvora en mitad justo de la noche.
No es fácil combinar las piernas de la trama, tantear en escorzo el coraje y la manera de fajarse de los personajes ni encerrarlos en el destino del combate en el que terminarán siendo una metáfora, sin perder la comba de las piernas y lanzando la mano en el momento preciso que exige el KO cada una de las cuatro nouvelles de Cuarteto de cuerdas. Javier Ors lo logra, y no precisamente a los puntos. Aguanta con envergadura y estilista cuatro rounds y cuatro boxeadores de un ajedrez entre alfiles de distintos pesos. Un jab seco y acertado, un gancho prodigioso, el martillo de una derecha de barrio o la jazz session de una zurda que nunca le pregunta el nombre a los rivales, moviendo la atención del lector, fijándolo sobre los cuadriláteros en los que suceden las historias de Black Ray, de Manuel Bueno, de José García Bayo —Carlos Flix—, y de Johnny Bianco. Tipos enguantados de sueños en corto, capaces de enfrentarse a leyendas como Paul Rivière y buscarse una muerte en una lona anónima; de forjarse en peleas por carreteras secundarias —entre Hopper y Bacon—; de no cruzar la frontera junto a un ejército doblegado y con la esperanza de recuperar su vida entre las dieciséis cuerdas o de perder el halo en la trastienda donde la fama es una droga.
Cada una de las historias tiene su técnica de movimiento y de pegada: el relato cinematográfico, el tono periodístico, el diálogo veloz, la perspectiva coral, la estructura fragmentaria. Ninguna desentona. Consiguen lo que el autor pretende, y cada una es el territorio que sostiene a sus personajes de granito por fuera y frágiles en su respiración interna. Héroes que han perdido de antemano y sin saberlo el combate crucial con la vida que los espera detrás del humo de un cigarro, de la campana del último round, de esa página del periódico en la que se encolumnan los muertos que un día tuvieron primer plano. Por sus historias, crepusculares y a contragolpe, entran y salen, igual que un silbido de mala suerte, secundarios con uppercut como Rodrigo Loma, campeones de estampa como Mike Corbett o el yunque de Getafe, mujeres fatales o desenfocadas que se llaman Mary Pinkett o Tania. Así lo quiere y lo talla Javier Ors que se introduce en sus relatos como un narrador que se mueve entre la psicología humana y el hampa social, entre la inocencia inicial de cada uno de sus boxeadores y su pérdida a manos del racismo, del entorno, de la venganza política, de la fuerza del dinero y su corrupción, de ese instante en el que el fracaso impacta donde más duele el aire, y noquea la nobleza del arte y de la supervivencia.
Cuarteto de cuerdas, una excelente lona sobre la que la emoción y la literatura intercambian sus crochets en una pelea limpia en la que el lector es el tercer hombre.