Pájaros de California
Días temibles
A. M. Homes
Trad. Andrés Barba
Anagrama
304 páginas | 19,90 euros
La felicidad está Homes. Rutinaria, confortable, serena, despeinada, con buen aspecto, cansada, al alcance de una taza de café en la cocina; en el jardín donde darle a un bebé un trozo de paternidad a punto de marcharse, o tomando una copa de cabernet sauvignon en la habitación de un hotel en la que resolver un pasado que no mudó del todo la piel. Incluso en un supermercado por cuyos pasillos llevar a cabo una gincana en busca de un premio. Estos son los hábitats que A. M. Homes compone igual que si fuesen espejos cuyo reflejo son las relaciones contemporáneas de la sociedad norteamericana, y también de la europea, sujetas a la fragilidad de un instante en el que la normalidad puede romperse. Un eco kafkiano latiendo bajo el porqué de la ruptura, de la imposibilidad de sus protagonistas de clase media alta de Los Ángeles para salvarse a sí mismos o para encontrar en qué lugar, compañero o acción reside el sentido de la vida que persiguen. Lo mismo da que se trate de una certeza sobre la que reconciliarse con la realidad o de la fantasía que permite a una sirena disfrazarse para experimentar el amor. De todo sucede en los doce cuentos de Días temibles en los que vuelve a brillar la mirada inquietante de esta autora minimalista en su dibujo íntimo de la angustia, del desengaño y de la pérdida. Los callejones de sombras y olor a comida entre los que sus criaturas se mueven en relatos de tiempo sin principio ni final, sin rodeos, ni medias tintas, tan solo un momento crucial donde son los matices, la tensión y la vuelta al camino diario lo que importa. Deudores de Cheever y de John Fante, estos relatos rezuman estampas reconocibles de la vida cotidiana donde el miedo, el sexo, el compromiso, la familia, el dolor, la moral, definen las epifanías y tragicomedias que transforman la realidad de los personajes en busca de su destino.
El mundo de A. M. Homes es muy reconocible. Tiene un sello propio: la fuerza escénica de sus diálogos, su capacidad para retratar a través de ellos la psicología de los personajes o la acción que va trazando el devenir de la trama. Y lo mismo le da cruzarlos en rítmicas conversaciones de voz adolescente en torno a la anorexia, la cirugía estética y unos padres descendientes de modelos a los que les pesa el tiempo, que estructurarlos en un chat sobre periquitos que alberga monólogos de un soldado en la guerra, o el relato de un abuso sexual. Un tema muy presente en su narrativa al que le dedica un poético relato a pesar de su crudeza en el que una nieta roba cientos de rosas para deshojarlas junto a su abuela violada en un jardín de su juventud. Ese halo de ternura y de espina, de cuento dentro del relato, también brilla en la pieza cuyo personaje con un falso billete para darle la vuelta al mundo recupera el pasado en Disneyland. El parque que podría albergar la historia de la chica pez y el hijo de la mujer barbuda y el hombre más alto del mundo, y la niña con un dedo índice como aguija que se enamora de un delfín.
Hay otros relatos excelentes, quizás los dos mejores del libro, como “Días de ira” centrado en un congreso sobre el Genocidio donde una novelista transgresora con un libro sobre el Holocausto y un corresponsal de guerra, con sexualidades enfrentadas, tienen un ajuste de deseo en combate, y analizan el dolor como materia ajena para el éxito y la manera en la que la ficción contribuye a fijar la memoria del horror. Y el de un premio para cada jugador basado en la competición de una familia por conseguir el mayor número de productos de calidad con descuento, con un sorprendente final. Aunque el que mejor expresa el espíritu mordaz y amargo de estos doce relatos sea el de la feroz crítica sobre la obsesión estética y la relación entre hermanos que abre estos doce relatos en cuyas metamorfosis podemos reconocernos. E incluso aprender a salvarnos.