Palabras contra el tiempo
Señales de humo
Rafael Reig
Tusquets
384 páginas | 19,50 euros
Conozcamos mejor a este viajero en el tiempo y encerrado en un sanatorio mental. Nuestro dolorido protagonista es un cincuentón asentado en una cátedra de Lengua y Literatura que vive esposado a un destino singular de muerte a plazos desde que cometió la osadía de suicidarse antes de la Selectividad. Desde entonces, privilegios de haber visitado el más allá con billete de vuelta, va de un lado al otro de la historia para ver en vivo y en directo algunos de los episodios que hicieron grande la literatura española. Y con ese argumento deliciosamente falaz el explorador comanche llamado Rafael Reig se lanza a un ejercicio de espeleología creativa entre líneas de especulación, paréntesis autobiográficos (o no, quién sabe) y puntos suspendidos sobre la tripe i: imaginación, ingenio, inteligencia. A borbotones. Como engarce, una erudición que coquetea con la sorna norteña y un pecaminoso manejo del lenguaje pasado, presente y futuro. Su misión tiene algo de arqueólogo (encontrar la esencia misma de la palabra contra el tiempo de la que hablaba Antonio Machado) pero también de guardián de la rebeldía como forma de entender y extender el arte. No es casual que su novela (o lo que sea) tenga un arranque aventurero que nos lleva a las manos que hay en todas las cuevas del paleolítico, “testimonio de toda una especie que desapareció, otra posible humanidad fallida”. Dedos que mandaban un SMS al futuro: “Aquí estuve yo, amé, cacé, fabriqué puntas de lanza, tuve sueños que no se cumplieron”. Literatura tatuada en roca caliza. Y de esa necesidad de dejar un testimonio pasamos entonces a las jarchas, “nuestra lírica rupestre”, otra mano abierta contra la pared. La literatura española, subraya el maestro Reig, no empezó con un monumental poema épico sino con cuerpos desnudos que se buscan en la penumbra.
Señales de humo debería ser de obligada lectura en los colegios. Es un libro didáctico, entretenido, lúcido, lúdico y original. Reig juega. Y los lectores con él. Muy en serio. Nada previsible. Puede soltar unos buenos sopapos a la historia oficial y también engarzar literatura con política (la lucha de clases las amartilla a ambas), se recrea en los mitos y refresca los ritos, saca a bailar a las brujas y adoba las leyendas con ejercicios de estilo nacidos del virtuosismo narrativo: contar las cosas como se cantarían entonces. Representaciones imaginativas por las que pululan juglares y clérigos en guerra, reflexiones sobre la invención del amor verdadero (allá por el siglo XI, mucho antes de que naciera Disney) y el origen del capitalismo (la invención de la interioridad libre y privada, y de paso de un alma interior), visiones en tres dimensiones de La Celestina, comparaciones audaces del Arcipreste de Hita como autor de un espectáculo musical y búsqueda de troncos comunes (la Biblia, esa historia de amor que tanto sirve para alimentar a las jarchas como al Cid). Reig lleva la propuesta de Manual de literatura para caníbales a un suculento menú donde los extremos paisajísticos se tocan y puede irrumpir un capítulo dedicado al poeta francés (amén de maldito y creador de la poesía moderna) François Villon que da paso a Fernando de Rojas y la caza de brujas. Libro que libera libros, Señales de humo se anima a jugar a la rayuela (cambia a Maga por Martina en el principio del capítulo “Lo inesperable”, seguro que a Cortázar la hará gracia) y expropia a su modo y manera las cartas de navegación en “el mar del tiempo” que permiten el avance de la ciencia literaria. Rafael Reig, científico, redentor, guerrero comanche que lanza señales de humo llamando al gran convite de las palabras.