Para qué sirven los libros
Una tumba en el aire
Adolfo García Ortega
Premio Málaga de Novela
Galaxia Gutenberg
336 páginas | 21 euros
Esto no es literatura de evasión: no te deja evadirte sino que lo lees con un crescendo de horror y sobrecogimiento. Pero la literatura con mayúsculas no es la que nos adormece sino la que nos despierta, aunque en este caso, sea con el espanto de una pesadilla. Nos cuenta una historia real, la de tres amigos de La Coruña, Fernando, Humberto y Jorge, que se fueron a trabajar a Irún a principio de los años setenta, como tantos otros emigrantes de su tierra. En este arranque del libro, García Ortega se demora en detalles de su cotidianidad: de cómo se conocieron por su común afición a los libros sobre Rusia, país que les causaba fascinación sin que tuvieran siquiera veleidad comunista alguna, de cómo se hicieron inseparables en La Coruña. Cuando Humberto tomó la decisión de irse a Irún a buscar trabajo aprovechando que su hermana y su cuñado ferroviario estaban instalados allí, lo primero que hizo fue proponer a sus amigos que hicieran lo mismo. Podría haber buscado García Ortega un arranque en pleno horror para captar la atención del lector y luego haber retrocedido en un flash back, pero este es un libro sin trucajes. Y estas páginas sin prisa nos muestran de manera inequívoca que estamos ante tres chicos normales, corrientes, sencillos. No son héroes, son gente de la calle, personas como cualquiera de nosotros. Lo peor, lo que nos rompe por dentro, es que los que los revientan con una crueldad devastadora también son personas, aunque cueste de creer.
Un fin de semana los tres deciden en Irún cruzar la frontera para ir al cine y ver El último tango en París, de la que tanto habían oído hablar. Y después se van a tomar algo a una discoteca llamada Licorne. Y esos cruces de cables del destino hacen que se crucen visualmente con un grupo de etarras que viven al otro lado de la frontera. Con una minuciosidad de gran trabajo de periodismo de investigación, el autor nos cuenta los planes para la Operación Ogro que inicialmente ha de ser el secuestro del brazo derecho de Franco, el almirante Carrero Blanco. Pero sobre todo nos hace sentir cómo se hallan los etarras en un estado de paranoia en el que ven enemigos y delatores por todas partes. El retorno a España, con algunas mentiras, de una compañera de organización, los pone al borde del colapso nervioso, especialmente a uno de ellos, el Hueso, con un afilado instinto asesino. Y cuando ve a esos tres jóvenes que hablan con acento gallego como Franco, se le mete en la mollera, si se le puede llamar así a ese grumo de rencor ciego dentro de su cráneo, que son policías españoles de paisano. Txacurras. Peor que animales. A partir de ahí, empieza el acoso, el derribo y un episodio de terror que García Ortega describe con una precisión que te deja espeluznado. Cerca de cincuenta años después no han sido todavía hallados los cuerpos de Jorge, Fernando y Humberto.
Es un libro duro. Muy duro. Pero muy necesario. Y escrito con un rigor y un pulso de maestro. Se dice en una declaración de intenciones que sigue a rajatabla que “Ni víctimas ni asesinos merecen el olvido”. Cerca de cincuenta años después, el caso de este crimen no ha sido del todo esclarecido ni los cuerpos han sido hallados. Cuando los tres chicos salieron del cine, Humberto les dice a sus dos amigos: “Se acordarán de Bertolucci y Marlon Brando, pero de nosotros no se acordará ni dios”. Durante muchos años no se ha acordado de ellos ni dios. Pero se ha acordado Adolfo García Ortega. Y ha hecho que quienes lean este libro no olviden nunca a Jorge, Humberto y Fernando. Cuando la gente pregunta de qué sirve escribir libros, habría que hablarles de Una tumba en el aire. Yo no los olvidaré.