Política de trazos gruesos
Todo está bien
Daniel Ruiz García
Tusquets
224 páginas | 17 euros
La sensación que transmite el estupendo comienzo de la séptima novela de Daniel Ruiz García (Sevilla, 1976) es semejante a una caída vertiginosa desde la boca misma de la gloria al fondo de un pozo ciego y profundo. Mientras Olegario García Redondo, consejero de Fomento y Vivienda de cierta Junta autonómica (de cuyo nombre el novelista no quiere acordarse) se precipita desde la celebración de una nueva mayoría absoluta al fondo cenagoso de las cloacas, el lector percibe cómo la velocidad distorsiona su mundo, y cómo los personajes que salen a su encuentro se transforman en caricaturas y en cuerpos grotescos que recuerda a las pinturas expresionistas de George Grosz. Por allí surgen tipos extravagantes y bien dibujados con trazos gruesos como Mila, la prostituta, o su proxeneta, el tal Salvita, una especie de resumen personal de la violencia en todas sus manifestaciones.
Pero los mejores personajes que confluyen en torno a la trama del derrumbe del triunfal del consejero de la Junta son dos: un tuitero insensato que vive escondido detrás de Ultramemo, un alias muy popular en las redes sociales, famoso por ejercitar el planking (una práctica que consiste en fotografiarse tieso y bocabajo en un sitio inusual, por ejemplo encima de un tigre vivo o de un cubo de basura), y un viejo periodista de trinchera, Paquito Almería, que es testigo interesado del derrumbe moral y económico de su profesión, en manos de becarios y arribistas, mientras la corrupción campa a sus anchas con la complicidad de eficaces niñatos que, desde los medios, sirven en exclusiva a los intereses del poder. Daniel Ruiz reúne en ambos personajes todos los tópicos que caracterizan el desastre moral de nuestro tiempo: la inconsciencia e irrelevancia del éxito, por un lado, y el fracaso de la valentía y la buena voluntad.
Todo está bien es una novela que se lee con mucho gusto, que se disfruta, que logra arrastrarnos a ese mundo amorfo donde la corrupción ha triunfado no sólo como praxis política sino como modelo a imitar. El mismo ambiente nauseabundo de la alta política ha impregnado todas las capas sociales, y los pocos valientes que intentan señalar la procedencia de esa ola pestilente son arrinconados y silenciados por los nuevos intermediarios del poder. La novela de Daniel Ruiz no es un libro estrictamente político, aunque la política (su bilis) contamina todo cuanto se mueve a su alrededor. El consejero Olegario es también un prototipo de todos los indecentes acoplados al poder y al dinero, a las ubres inagotables de la corrupción, que han llenado, y llenan, las secciones de política de los diarios en los últimos años.
Todo está bien es un libro político en la medida que señala, solo con las pistas justas, sin intercalar siglas ni referentes reales, la putrefacción de los gobiernos en España. Aunque tampoco hace falta más concreción. La lectura nos sugiere rostros y apellidos verdaderos y, sobre todo, una forma de entender el poder que ha llenado los tribunales de golfos que se resisten, sin embargo, a las evidencias y tratan de mantener el poder a toda costa o, al menos, a conservar el botín. Que lo consigan o no es parte de nuestro futuro inmediato.
Y no es, en fin, un libro político, en la medida en que integra a sólidos personajes de segunda y tercera clase social, incluso desclasados, y los vincula al chantaje y a la animadversión que genera el poder.
La única pega al libro es consecuencia de sus aciertos. Los personajes de Daniel Ruiz son tan poderosos que no consigue el autor ensamblarlos en la trama con la misma fortuna con que los retrata. A veces parecen caminar por su cuenta, sumidos cada uno en su argumento, como si evitaran el encuentro de sus historias paralelas. Y eso enrarece, aunque no debilita, la novela de este estupendo escritor.