Reportaje y ficción
El abrigo de Proust
Lorenza Foschini
Trad. Hugo Beccacece
Impedimenta
140 páginas | 17, 95 euros
Con todo cálculo he utilizado el término “relato” para definir un libro cuyo impreciso género constituye uno de sus atractivos. Dicho en pocas palabras de qué trata, puede producir una pobre impresión, la de una historia escasamente ambiciosa, una menudencia anecdótica sin más relieve que su simple curiosidad. La autora cuenta su propia investigación para reconstruir la historia del famoso abrigo de Proust, aquella desgastada prenda forrada de piel que utilizaba para taparse al escribir en la cama, y también la de otros muchos objetos del escritor, muebles, manuscritos, etc., hoy convertidos en piezas de culto fetichista. Sus averiguaciones llevan a Foschini a Jacques Guérin, el acaudalado creador de perfumes, discreto y obsesivo bibliófilo y coleccionista de autógrafos de autores eminentes, de Baudelaire o Rimbaud a Genet. A la vez, las andanzas detectivescas de la autora desembocan en el mundo del autor de En busca del tiempo perdido, de sus hábitos y manías, y de las relaciones con su hermano Robert y cuñada, del poco aprecio de estos por las cosas y la obra de su pariente.
Las tres vías se unen en la trama de un libro peculiar. ¿Qué es El abrigo de Proust, reportaje, análisis literario, novela tout court? El reportaje, que lo parece incluso por la reproducción de documentos gráficos, tiene el interés de reconstruir aspectos del entorno proustiano en los que —sin añadir cosa de fuste a la minutísima indagación de George D. Painter, el gran biógrafo del novelista francés— este y su familia directa tienen vivacidad de retablo animado, sobre todo en lo relativo a la desidia, si no malevolencia, de sus allegados. El reportaje alcanza dimensión novelesca al recrear las pesquisas de Guérin en compañía de un tal Werner, un apicarado trapero, para hacerse con el legado de Proust. Aquí destella la capacidad de Foschini para crear personajes, como este gran tipo, lleno de aristas, con quien la historia general toma el camino del relato de intriga. Por fin, la dimensión de novela plena entra por el atajo de abordar la personalidad de Guérin. Por una parte, se levanta un complejo retrato psicológico tradicional y, por otra, se remite a un asunto intemporal, el tratamiento literario de la pasión; la inquietud se centra en la cultura, pero da igual cuál sea su objeto porque de lo que se trata es de mostrar una fiebre humana en detallada y ejemplarizante exploración.
Documento e invención se sueldan en una sola y solidaria historia conducida con destreza y naturalidad narrativas admirables, cercanas a la fluidez del buen contador de cuentos orales. Foschini hace una novela encantadora, sin pretensiones, un juguete placentero pero con toda la dignidad de la literatura seria. Tan excelente y entretenido libro se remata con un “postfacio” del traductor, Hugo Beccacece, que añade una lectura sutil la cual, en una última vuelta de tuerca, se suma a la propia materia de una obra que, aparte todo lo demás, hace un canto a favor de llenar la vida con algún obstinado empeño que le dé sentido.