Roma, tratado de frágil belleza
La sombra del tiempo
Carlos Pujol
Fundación José Manuel Lara
320 páginas | 19,90 euros
Carlos Pujol, el crítico, traductor, ensayista —y tantas otras cosas— escribió La sombra del tiempo en 1981, la novela en la que recreaba una Roma de fin de época, en uno de esos fascinantes momentos históricos sin certezas donde un mundo agoniza y otro está a punto de hacer su aparición. En sus páginas se entra como de puntillas, introduciéndonos en un cartapacio lleno de grabados de ruinas romanas en el que suenan partituras del pasado.
Carlos Pujol sorprendió con esta novela que ahora rescata la Fundación José Manuel Lara en una edición que incluye prólogo de Pere Gimferrer, epílogo del autor y estudio crítico de Teresa Vallés Botey. Una publicación que llega en un momento oportuno, cuando están a punto de cumplirse los cinco años de su muerte y aún se siente la ausencia de un hombre sabio y discreto como él.
La sombra del tiempo podría ser la novela de Roma, ya que la ciudad es la gran protagonista de la historia. Todo sucede en el invierno de 1799 cuando llega a la ciudad una joven viuda francesa que huye del Terror de la Revolución, y que relata años después —en 1829, cuando en Europa se impone el espíritu conservador posterior a las épocas convulsas— la inminente llegada de las tropas de Napoleón a la ciudad.
La Roma que despliega Carlos Pujol es un prodigio literario con voluntad de vedutismo narrativo: el Campo Vaccino desde el Capitolio parecía “un paisaje torturado de abandono y de destrucción” mientras la Isola Tiberina surge imponente “con su proa simbólica de travertino invadida de árboles y maleza, con su cabellera vegetal, desordenada, desmayada, que se hunde en el agua”.
A la decadente belleza de las ruinas, Pujol une la fragilidad de una ciudad aterrorizada ante los nuevos vientos de la Historia, cubre de melancolías los mármoles en los que crece el jaramago y pasea por un Foro en el que las columnas sirven como tendederos a los pobres que viven en barracones junto a los antiguos templos.
Hay una Roma de erudiciones que recorren los viajeros del siglo XVIII con sus detalladas guías pero en la que también se adivina la pasión del siglo romántico, la contemplación de las ruinas sin explicaciones previas, sin lecciones científicas, simplemente dejándose llevar por las emociones como hace la protagonista. Madame Claire resume el espíritu de una época, la de esos jóvenes impregnados de la cultura grecolatina que recorrían la Italia del Grand Tour para terminar su formación humanística y que tenían una idea previa de esa ciudad inmortal contemplada en los dibujos de Piranesi. Ella confiesa su decepción al encontrarse con la verdadera Roma que se le presenta hostil porque contrasta con el perfil idealizado a partir del gabinete de grabados de su padre. Ese desengaño que se produce al mancharse con el sucio fango que rodea la melancolía de las ruinas hermosas.
La novela de Pujol se lee treinta y cinco años después con deleite por su apuesta literaria y culturalista en estos tiempos de frivolidad. En La sombra del tiempo, igual que en otras novelas suyas como Un viaje a España o El lugar del aire, nos plantea bellísimas arquitecturas narrativas en las que la erudición está muy presente pero no lastra la historia. Muy al contrario, se agradece una novela de época sin imposturas en la que el rigor histórico y el estudio de las mentalidades conforman los cimientos que están pero que no se ven. Al final se tiene la sensación de haber paseado con Carlos Pujol por una Roma suspendida en un no-tiempo, pero en la que, en una hermosa paradoja, parecen estar sucediendo todas las épocas.