Shakespeare entre nosotros
Vicisitudes
Luis Mateo Díez
Alfaguara
568 páginas | 19,90 euros
Nada hay más grande que el alma humana, entendiendo por alma esa capacidad que el hombre posee para sentir, para albergar sentimientos, pasiones, fobias, querencias. Ese territorio del espíritu es mucho más inmenso que un mundo y, si es fructífero, acaba por convertirse en un universo casi inabarcable
Luis Mateo Díez ha dejado sobradas pruebas de su habilidad como demiurgo y constructor de mundos: Celama, sus ciudades de sombra, sus territorios de la memoria. Bien podría el lector curioso hacer un viaje por todos ellos a la manera en que los jubilados europeos recorren el románico castellano, el Renacimiento italiano o esa América profunda que, como una serpiente perezosa, atraviesa la Ruta 66. Sería, pues, un desperdicio el utilizar parte de estas líneas para glosar las excelencias de Luis Mateo Díez. Baste decir que nadie construye personajes como él; que, para encontrar habilidad semejante, hay que remontarse a Cervantes.
Vicisitudes es mucho más qu e un mundo literario. Es una radiografía completa del espíritu humano, un minucioso escáner del alma. Las ochenta y cinco historias que componen esta obra —relatos que muy bien podrían ser novelas; o el recuerdo de novelas, que como cuentos las guarda la memoria— amalgaman una comedia humana en la que nada falta. Es el milagro de la Literatura: sumergidas en vidas normales, en personajes que muy fácilmente podríamos identificar en nuestra cotidianeidad, alumbran las pasiones, los odios, los amores, los miedos, la soledad, la pobreza, la avaricia, la fe, el olvido, la enfermedad. Ochenta y cinco emociones, arquetipos de lo humano, delatores de esas manchas negras que nos oscurecen el alma como tumores o que iluminan virtudes de las que no somos muy conscientes.
Como todas las introspecciones profundas, Vicisitudes no es, en general, una visión grata y complaciente de la existencia. Los lectores de Díez saben hace mucho que vivir no es fácil. En Armenta, Doza, Borela, Balboa, sus ciudades, oscurece desde hace tiempo. El conocimiento es doloroso, pasar la línea del espejo es problemático. La fiesta llega con la escritura deslumbrante. Cada página nos recuerda la riqueza del idioma, la precisión, la palabra justa, la que inevitablemente lleva a otra, la exacta, la que se nos queda en la boca como un caramelo.
Las ochenta y cinco historias componen una unidad. O no, la cosa en sí misma carece de importancia. Ochenta y cinco miradas de un escritor que en cada libro se fija metas más difíciles y ambiciosas y que, si un día nos enseñó que las grandes aventuras están a la vuelta de la esquina, con Vicisitudes nos enseña que las grandes pasiones humanas no florecen solo en Hamlet, Macbeth o Ricardo III, sino en seres como usted y como yo. Vicisitudes es un empeño shakesperiano. Y todo ello ambientado en sus ciudades de sombra, en un tiempo inexistente, en un mundo al que hace una eternidad que no llega nadie que no sea de Celama; del que nadie se va que no sea a Celama, ese territorio donde vive el eco de lo pasado.
Es una osadía, en los tiempos que corren, un libro como éste. Un premio al lector, la exhibición de la fecundidad de un escritor en plena madurez creativa y estilística. Palabras mayores.