Sueño de sueño
¡Melisande! ¿Qué son los sueños?
Hillel Halkin
Trad. Vanesa Casanova
Libros del Asteroide
262 páginas | 18,95 euros
Escribir historias de amor no es fácil. La felicidad conyugal no suele interesar y los amores de las novelas surgen de la distancia, la escisión, la lucha contra los convencionalismos, el abandono y el resentimiento, la imposibilidad, de esa mutación matemática que transforma la simetría en el falso equilibrio de los números impares. Romeo y Julieta, La cenicienta, Lolita, Anna Karenina, La piedad peligrosa, Love Story, Romance en París, Drácula: amantes de familias rivales, chicos sanos y chicas enfermas, muertos y vivas, ricos y pobres, nínfulas y viejos con ojos de mono, adúlteras, hombres desesperados o pacientes… El relato amoroso entraña otra dificultad: la búsqueda de un tono que no sea ni almibarado −pura melaza−, ni tópicamente desgarrador como esos boleros con que las orquestas de playa amenizan los bailes de jubilados juguetones.
A través de la historia de amor de Mellie y Hoo, con Ricky al fondo como tercero que desaparece sin desaparecer, huella, marca en la geografía del útero, Hillel Halkin da forma en ¡Melisande! ¿Qué son los sueños? a una novela romántica que no es cursi ni se rasga las vestiduras chillando al oído del lector. Halkin habla de una relación de pareja que discurre por las mismas etapas que muchas otras porque todos hemos vivido argumentos amorosos de película y cada anécdota, en primer plano, acaba siendo ordinaria y extraordinaria a la vez: pequeñas infidelidades de obra o pensamiento, sexo y sexo mecánico, reproches, placeres domésticos, regalos, ritos conyugales, tabúes, la búsqueda de un lenguaje común que excluye a los otros, el deseo del hijo, discrepancias, hipotecas, celos retrospectivos, culpa, perdón, redención. La rutina no cabe en este catálogo emocional del matrimonio y muchas son las peculiaridades de una novela que Halkin publica con setenta años: la tranquilidad de un tempo que encandila al lector; la contextualización histórica −macartismo y guerra de Vietnam− indisoluble del modo en que los personajes se aman; de la levedad de los diálogos, del dibujo de la singular pasión de los matrimonios sin hijos. También la comicidad de ciertos episodios: Ricky, en conexión intra-mental permanente con Swami Vijñanananda, maestro y mentor espiritual, adopta la postura del escorpión sobre la mesa del comité que evalúa su idoneidad para ir a la guerra.
En otros momentos la narración se mueve sin resentirse por el peligroso filo del lirismo, como cuando Hoo describe su sexualidad con Mellie a través de comparaciones con animales: gaviotas, topos, tigres. La novela es una larga epístola romántica en la que lo sencillo es profundo y lo profundo sencillo: a Mellie, estudiosa de Keats, le obsesiona un concepto del alma que se vincula con la idea de que el espíritu es una construcción, el resultado de las acciones más o menos imperfectas de una vida. La espiritualidad es cuestión cotidiana y la cotidianidad cuestión espiritual: los términos de las definiciones se cruzan dentro del lenguaje para iluminar de otro modo los acontecimientos. Sin embargo, esa percepción no resta importancia a lo que cobra Mellie por un tapiz o a la titularidad de Hoo. El hecho de que Hoo sea un especialista en neoplatonismo no es un detalle vacuo porque al final como él mismo escribe en esta larga carta de amor para Mellie: “Es todo proyección, todo maya” y la literatura, como proyección de una vida que platónicamente también es proyección, sueño de sueño, reflejo reflectante y reflejado, Platón, Shakespeare, Calderón y Borges, redime, salva y es útil para atenuar la disonancia o el error biográfico: recupera y ordena la memoria. Rescata el amor conyugal que, en esta novela, es religión, culto y credo.