Tamar, matar, Marta
La distancia
Pablo Aranda
Malpaso
224 páginas | 20 euros
La distancia, la nueva novela de Pablo Aranda (Málaga, 1968), parece al principio otra novela negra ambientada en el Tánger deudor de Casablanca o del periodo de entreguerras.El lector, cuando ingresa en la primera parte de la novela, reconoce muchos ingredientes de la receta magistral que, a pesar de sus numerosas variaciones, sigue fascinando: los espías indolentes que miran con disimulo, cubriéndose el rostro con un periódico, desde el diván de un hotel; los sonidos del Bulevar Pasteur y el ambiente heteróclito del Gran Café de París con sus clientes varados ante un té turbio con hierbabuena; los empleados atentos y comprensivos del Minzah siempre dispuestos a las revelaciones en sordina; los pasos huidizos de los confidentes de los servicios de información y de los empleados de la embajada de España, e incluso la aparición de un cadáver inverosímil que desaparece de la escena del crimen con una desenvoltura pasmosa y que promete ser el primero de un largo inventario de víctimas accesorias. Emilio, el protagonista, ha recibido el encargo de un personaje misterioso apodado El Coronel de inmiscuirse en una operación de narcotráfico en Marruecos. Todo parece indicar una sucesión de crímenes sórdidos en la que Emilio jugará un papel largo y destacado.
Pero esa acumulación de vaticinios que prometen un relato en cierto modo previsible se quiebra en la segunda parte. La acción ha retrocedido varias décadas y el lugar ya no es Tánger sino Granada y luego Málaga; los protagonistas (Emilio, futuro traductor del árabe, y Tamar, estudiante marroquí en España) han rejuvenecido, y sus intereses inmediatos no tienen nada que ver con los secretos del espionaje ni el tráfico de estupefacientes. Ahora la novela es una historia de amor que reconstruye el comienzo del idilio entre los protagonistas, la misma pareja que en el futuro se buscará con un ahínco ciego por Tánger o Asilah para salvarse del olvido y de la muerte.
A partir del encuentro en Granada se despliegan los tanteos de un amor difícil entre Emilio y Tamar (punteado por las apariciones breves y enigmáticas de Marta) que desemboca en la separación forzosa para facilitar un matrimonio de conveniencia en Tánger; después la lejanía, la añoranza nunca resuelta y de nuevo, un día, empujados por el azar, la resurrección de las pasiones no extinguidas y la búsqueda consiguiente, el inicio de un viaje “geográfico y sentimental” para burlar la intimidación del esposo legítimo, un tipo oscuro y vengativo ligado al Majzén, la siniestra oligarquía del poderoso círculo de la monarquía alauí. Y frente a esa amalgama perversa, los amantes dispuestos a salvar todos los impedimentos y escapar a Francia junto a Leila y Amina, las dos hijas de Tamar. Pero entre el punto de salida y la meta media un espacio real y simbólico que es necesario recorrer, el que separa Málaga de Tánger y el sueño del crimen.
La distancia tiene muchos ritmos, muchas atmósferas y muchas escenas y tiempos, una pluralidad impuesta por un argumento que Pablo Aranda consigue ensamblar con habilidad. Hay mucho trabajo detrás de La distancia. La primera versión fue terminada hace más de un lustro, luego desechada y guardada tres o cuatro años en un cajón, más tarde condenada a la destrucción y en última instancia rescatada, aligerada y reescrita “entre ocho y diez veces” hasta su forma definitiva. El oficio de Aranda, ya demostrado en sus novelas anteriores, la penúltima El protegido, reseñada en estas mismas páginas, consigue la proeza de hilvanar una historia nada desdeñable donde las distintas piezas se van juntando gracias menos a una trabazón natural que al empeño obstinado de un novelista virtuoso.