Toda la vida siendo moderno
Silencio tras el telón del sueño
Mariano Antolín Rato
Pez de Plata
400 páginas | 23,90 euros
Desde que en 1975 publicara Cuando 900 mil mach aprox, con la que ganara el Premio Nueva Crítica —la otra, la vieja, no tuvo a bien confirmar aquella alternativa, peor para ella— Mariano Antolín Rato (Gijón, 1943) ha ido construyendo una obra de rara personalidad. Que un escritor tenga una personalidad rara supone, en primer lugar, que tiene personalidad, es decir que es distinguible. Y lo de raro, entre nosotros, significa que esa personalidad se ha construido de manera poco convencional, fijándose en vidas y situaciones nada habituales y sirviéndose para contarlo de unos útiles que proceden de una formación literaria nada habitual. El resultado de ello es, después de más de cuarenta años, una obra narrativa que se presenta con este Silencio tras el telón del sueño como un universo resuelto y cerrado si no fuera porque los lectores del autor asturiano —cultos y de culto— saben que siempre hay en él un cabo que atar. Su última novela resume, concentra y expande, desde el doble punto de vista del autor y de sus personajes, que son sus creaturas y que por eso son él mismo, eso que se le pide a cualquier escritor que merezca la pena, sea Galdós o Cheever: un mundo.
La narrativa de Antolín Rato es un mundo que posee sus reglas, sus parentescos, sus encuentros y sus pérdidas. Un mundo que está en el mundo, es decir, que se reconoce dentro y fuera de sí mismo, que se encuentra con lo real a la hora de expandirse. La última novela del autor de Abril blues quiere, además, y consigue de manera maestra, trazar una mirada abarcadora sobre un tiempo que fue, que fue mucho, que sigue siendo, pero que a él, a sus personajes y a los lectores de su generación y asimilados se nos acaba, entre otras cosas, porque nos hacemos mayores. De los Doors a los Sex Pistols abarca esa época, de 1966 en el Madrid del Tribunal de Orden Público a las urbanizaciones de las playas del sur pasando, naturalmente, por los exilios físicos y mentales, obligados o necesarios, que hacían que la realidad resultara soportable, más para unos que para otros, mejor para los de buena familia que para los activistas del proletariado.
Todo ello llega de la mano de otra característica bien propia del autor, que es un estilo inconfundible donde los haya —y entre nosotros no hay tantos—, cuyo lenguaje no debe confundirse con la naturalidad sino referenciarse en la mejor literatura. Un estilo cuyos gestos irá reconociendo en esta novela quien conozca las anteriores del autor y que no dejará de sorprender al recién llegado cuando se encuentre con una claridad en la dicción, un punto seca esta, un poco amarga a veces, y un muy cuidado sentido del ritmo de la prosa. Si se trata de un lector de novela española comprobará que Antolín Rato no bebe de esa fuente y que, de hecho, aquellos a quienes cita alguna vez como sus más admirados autores en nuestra lengua no parece que le hayan influido. Sin embargo, su trabajo como traductor —es desde siempre uno de los mejores— de nombres y novelas fundamentales en la literatura en inglés de nuestro tiempo, sí le ha llevado a alcanzar un modo de expresión que no renuncia al guiño cómplice, tanto en lo que sus personajes dicen como en la manera en que su narrador, siempre omnisciente, les hace hablar.
La novela se cierra con una coda, tan musical en la intención como cervantina en su fondo, que cumple el cometido deseado de engrandecer el remate y de recoger todos esos temas que venían de atrás y que aquí confluyen. Los lectores de la generación de Mariano Antolín Rato, que a sus setenta y cinco demuestra que no hay que tenerle miedo ni a la madurez ni a lo que viene tras ella, entenderán muy bien esta novela si realmente vivieron la vida que les fue dada. Si ya nacieron viejos, es su problema.